ANÁLISIS FICHA

gran corrida de Fraile

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El toro de más cuajo de la corrida fue el sexto. Distraído, punto abanto, pero, cuando se estiró, lo hizo con sorprendente fuelle. Escupido de dos picotazos, se empleó en el tercer encuentro. Picó arriba y bien Paco Tapia. Los ataques felinos en banderillas, de velocidad admirable pero cortando, fueron también sello atanasio. Con la firma de Leandro, que en la feria ha vuelto a anunciarse como Leandro Marcos. Fueron los mejores muletazos de la corrida. No es que no tuvieran calidad y son los cinco toros jugados por delante. La corrida fue extraordinaria. Pero esa grave manera de venirse ese sexto por abajo fue especial. El toro se lo brindó Leandro a Ponce. Despacioso, encajado, suave, templado Leandro. Tres tandas de rico dibujo y resueltas con variedad: remates de trinchera o con pases de la firma, ritmo lento, toro traído y soltado, ajuste, ligazón. Generosa una tanda con la izquierda: seis y el de pecho. Tal vez estaba todo hecho entonces, pues ya había avisado dos veces el toro con irse o al menos soltarse. Incluso a toro ya ido, o rajado, Leandro dibujó sin que la cosa pareciera una porfía. Estaba a gusto el toro de Villafranca. Pero se le fue la brújula. Cuatro veces pinchó a contraquerencia, al fin cobró una estocada. En gesto generoso insistió en dejar al toro morir y rodar a solas, sin nadie encima ni cerca. Sonaron dos avisos. Se amorcilló el toro. Encastada resistencia. Casi suena el tercer aviso. Con Leandro y ese toro atanasio del Puerto se puso la gente más caliente que en toda la tarde. Y eso que fue corrida interminable. De más de dos horas y media. Ponce sumó aviso por toro; El Cid fue amonestado en el segundo; y el propio Leandro en el tercero, que fue el más armado de los seis, pero uno de los tres mejores. Los otros dos toros de premio fueron el segundo y el quinto, de fijeza, suavidad y entrega más que notables. No desmereció ninguno. Pero ni el primero ni el cuarto alcanzaron tan sobresaliente nivel. Al cuarto, con su punto mansito aunque descolgara después, le sobró castigo en el caballo: un primer puyazo corrido en la puerta y otro, luego, en la suerte natural con la severa y certera impronta de la vara de picar de Antonio Saavedra. Como de costumbre, Ponce domó por exceso a sus dos toros en el primer tercio. Capotazos y más capotazos de sinuosa brega. Hasta los lances de quite fueron mera brega de amarrar y asegurar. Lo acusó el cuarto toro, que escarbó; y también el primero, que claudicó cuando no iba sujeto.