La mejor solución
Actualizado:Andaba yo ayer barruntando mis problemillas, quejándome de que no tengo tiempo de ir a la playa o al cine, haciendo cuentas sobre si me daba la devolución de Hacienda para irme de vacaciones o no, recordando que tengo que llamar al fontanero por ese grifo que gotea, fustigándome porque los del ORA me han vuelto a multar porque me pasé de hora sin renovar el ticket (ya me hubiera gustado tener tiempo.) cuando me monté en el coche para irme a casita, a la paz de mi hogar, a disfrutar del menú que me había preparado mi colchonero favorito.
Fue instantáneo. Sólo tuve que encender la radio para notar cómo una sensación de absoluta de vergüenza me embargaba. Y no se trata de que sintiera que mis asuntillos no merecían que le diera tantas vueltas a la cabeza ni me recreara en el lamento, que también, sino que escuché la muy sesuda y razonada intervención de los miembros de los gobiernos de los 27, ese grupo de países que forman la Unión Europea y del que somos una pequeña parte, explicar que habían decidido que la mejor manera de solucionar la crisis política en Honduras y presionar a unos y a otros, a golpistas y presidentes depuestos, era congelar las ayudas que se conceden al país. Total, sólo es el segundo país más pobre del mundo, sólo se trata de miles y miles de familias que viven en la pobreza extrema, de una nación entera castigada por las luchas de poder de una oligarquía que, sin duda, sí tendrá las despensas llenas y recursos de sobra para aguantar el órdago de la comunidad internacional.
Llegué a casa con mal cuerpo, mucha impotencia y la certeza de que, en demasiadas ocasiones, a los que nos ha tocado vivir en este lado del mundo se nos olvida que la mejor solución no puede ser la que pasa por machacar al de enfrente, sobre todo por algo tan prosaico como la política.