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De cómo Tamara se convirtió en Lisbeth
Actualizado: GuardarTiene una mirada gélida, turbadora. El pelo negro azabache, demasiado largo, demasiado espeso; los brazos extremadamente delgados, las piernas rígidas, con articulaciones de muñeca. Tras ella, una puerta abierta invita a cruzar el umbral de un lugar desconocido, que bien podría ser un siniestro palacio en el que aguardan, escondidos, espeluznantes enigmas, o tan sólo una inocente casa de muñecas. Es la chica que aparece en la portada de La reina en el palacio de las corrientes de aire, el tercer volumen de la trilogía Millennium, de Stieg Larsson, publicado recientemente en castellano por Destino. La misma que ilustraba las portadas de los dos anteriores libros de la saga, y con la que miles de lectores pasan las noches en vela devorando páginas e imaginando en ella a la astuta hacker Lisbeth Salander.
El responsable de esta identificación entre la inquietante chica de la portada y la protagonista de Millennium es Gino Rubert (México Distrito Federal, 1969). Un pintor catalán de origen mexicano con una vasta trayectoria artística a sus espaldas. La cuestión tiene su miga, porque el rostro de las portadas tiene nombre propio, se llama Tamara. Y es la ex novia del artista. Ahora, por culpa del apabullante éxito de la trilogía, el pintor se topa con la inquisidora mirada de la ex cada vez que sale a la calle, en escaparates, vallas publicitarias, estaciones de metro o aeropuertos, algo que dice «llevar bien». Aunque quien no lo encaja del todo es la propia Tamara, que empieza a estar «un poco harta» del hostigamiento de periodistas, ávidos por conocer en persona a ese alter ego de la investigadora Salander. Por si las moscas, Rubert aclara que la personalidad de su ex pareja tiene «muy poco o nada que ver» con el carácter huraño, salvaje y vengativo de la protagonista de la saga.
Lo de convertirse en el autor de la portada de uno de los mayores best-sellers de todos los tiempos le vino de improviso a Rubert. Se encontraba en Argentina preparando una exposición cuando recibió una llamada de la editora de Destino Silvia Sesé. Había pensado en él para ilustrar las portadas de una serie que «había tenido éxito en Suecia y que podría venderse bien en España». Nadie esperaba entonces que la saga arrasaría en ventas. De entrada el pintor le dio calabazas, pues «estaba muy ocupado, preparando una exposición a contrarreloj». Pero encontraron una solución. Rebuscaron entre obra antigua del artista y rescataron a la enigmática Tamara.
Mujeres poderosas
La imagen de la chica atada de pies y manos en la portada de Los hombres que no amaban a las mujeres fue extraída de la obra Open Hands (2007). El mismo personaje recostado sobre una cama diminuta, que aparece en el segundo volumen La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, era parte del cuadro Los 4 elementos (2007). Y la figura del tercer tomo pertenecía a Sweet Home (2007). Las imágenes fueron reutilizadas, adaptadas para convertirse en las portadas de la trilogía, un propósito «bien diferente» al que inicialmente estaban destinadas, según explica el pintor.
-¿Qué tienen en común su obra y la de Stieg Larsson?
-Imagino que cierto desapego de todo lo sentimental, cierto distanciamiento en la manera de retratar las relaciones de pareja. Un tema, el amor, que no obstante, los dos abordamos. La historia de amor siempre esta ahí, a pesar de todo. La trilogía de Larsson, que también tiene una lectura sociopolítica, no deja de ser una historia de amor.
-¿Comparten además una misma visión del universo femenino?
-Seguramente sí. Las mujeres que retrato suelen responder al estereotipo de la femme fatale. Son fuertes, ultra poderosas, en contraste con los personajes masculinos, que suelen aparecer minimizados, ridiculizados. Lisbeth Salander, pequeñita, tatuada, con el pelo corto y piercings, no se parece físicamente al personaje de las portadas, de pelo largo y estilo más bien clásico. Pero sí que comparten una misma actitud. La dureza, individualismo, desvehemencia y autosuficiencia que transmite la mirada de la chica de la portada están asociados con Lisbeth.
-Y usted dice que Tamara, su ex novia, a quien corresponde la imagen de la portada, no era así en la vida real.
-No. Es un estereotipo de mujer con el que vengo trabajando desde hace muchos años, desde antes de conocerla a ella. Esta representación que hago de ambos géneros no tiene tanto que ver con las relaciones de pareja, sino con mi propio interior. Mi lado femenino suele ser más audaz, inteligente, flexible, maleable. Mi lado masculino es más torpe, cuadrado, menos inteligente, más conservador.
Los misteriosos personajes de los cuadros de Rubert parece que estén muertos. Tienen la piel grisácea, el cuerpo excesivamente delgado. Da la impresión de que les han succionado la sangre. Hay en estas representaciones mucha influencia del Quattrocento italiano y también, según explica el pintor, mucho del realismo mágico de la literatura latinoamericana del siglo XX. Los espacios en los que están enmarcados a veces «les van pequeños», son demasiado diminutos para sus cuerpos, a menudo desproporcionados. Hay algo más que identifica a todas estas figuras: siempre dirigen su mirada intimidatoria hacia el espectador.
-¿Por qué sus personajes miran siempre a la cámara?
-Me gusta mucho jugar con las miradas, para captar el interés y abrir las puertas de la sensibilidad de los espectadores. Existe un misterio maravilloso en la mirada. Cuando observas una fotografía antigua, las personas fotografiadas te miran, y en esta comunicación se abre un cuestionamiento de lo que es el tiempo, la vida, la muerte, la familiaridad, la confianza.
El mundo ficticio que Rubert recrea tiene mucho de freudiano. Sus personajes viven experiencias sumamente intensas en el plano psicológico. Las referencias sexuales son explícitas. En una de sus obras recientes una chica parece estar cosiendo los genitales de su hermana gemela, en otra una mujer da de mamar a un bebé con el rostro de un hombre. «Freud ponía un ejemplo entre lo bello y lo siniestro: la muñeca de porcelana. Puede parecer un bebé por la suavidad de su piel, pero no lo es. Mis figuras, extraídas de fotografías, pueden parecer personas reales, parece que puedas oler su aliento. Pero reparas un poco más en los detalles, ves la articulación de muñeca. y te das cuenta de que tan sólo es un monigote», relata el pintor.