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Martine Aubry, durante un mitin para las elecciones europeas. / AFP
MUNDO

Aubry disfraza su falta de liderazgo

La secretaria general del Partido Socialista francés echa mano del autoritarismo para intentar acallar la censura pública de diputados críticos

FERNANDO ITURRIBARRÍA
| CORRESPONSAL. PARÍSActualizado:

Aupada a la secretaría general por apenas la mitad de la militancia y debilitada por el fiasco electoral en las europeas, Martine Aubry disfraza con autoritarismo su falta de liderazgo al frente del Partido Socialista (PS) francés. El reciente ultimátum planteado al diputado crítico Manuel Valls para que cese sus censuras públicas o devuelva el carné refleja la crisis generacional entre los viejos elefantes, defensores de una refundación sobre fósiles paquidérmicos, y los lobeznos cuarentones partidarios de unas primarias a la italiana abiertas a todos los simpatizantes de la izquierda. En juego está la supervivencia de una formación que ve impotente cómo el presidente conservador, Nicolas Sarkozy, con el nombramiento de Frédéric Mitterrand como ministro de Cultura, fagocita el apellido del estadista que entre 1981 y 1995 la instaló en un poder hoy inalcanzable.

Aubry aprovechó la ventana de tiro ofrecida por la presencia de Valls, un socialista que cojea del pie derecho, en el sarao organizado por Sarkozy en el Elíseo con motivo del 14 de Julio, para poner sobre la mesa pública la carta conminatoria que había remitido al portavoz más vulnerable del frente contestatario. «Si las declaraciones que haces reflejan profundamente tu pensamiento, entonces debes extraer plenamente las consecuencias y abandonar el PS», reta la mujer que el pasado noviembre ganó las elecciones internas a Ségolène Royal con una ventaja de sólo 102 votos entre sospechas de pucherazo.

Valls respondió al desafío con tono no menos agrio en una misiva en la que denunciaba un «juicio de intenciones» a medio camino entre la «desinformación» y el «insulto». «Cualesquiera que sea el precio a pagar, no seré el cómplice silencioso de la ceguera», escribía el político nacido hace 46 años en Barcelona en el seno de una familia republicana, que adquirió la nacionalidad francesa en 1982. «A la lectura de tu carta, no oculto mi profunda inquietud sobre tu concepción muy caduca del partido», añadía el hereje que suele acusar al sanedrín socialista de hablar una lengua muerta.

En su pulso con la dirección, Valls ha recibido el lógico apoyo de otros notables de la disidencia que también cerraron filas en torno a Royal el pasado otoño en la batalla del congreso de Reims. Entre ellos figura el abogado y confidente de Ségolène, Jean-Pierre Mignard, para quien el PS «no necesita un código de disciplina castrense ni un socialismo reglamentario».

Pero también ha suscitado la solidaridad de otros cuadragenarios que no son de su cuerda pero que coinciden con él en reclamar la organización de primarias abiertas a los simpatizantes. Es el caso de Arnaud Montebourg, secretario para la renovación, que se acoge al 'referéndum militante' contemplado en los estatutos internos para imponer a Aubry esa forma de designar a la personalidad con mayores posibilidades de desalojar a Sarkozy del Elíseo en 2012.

Distinto rasero

Incluso en la dirección del aparato hay quien se pregunta por qué Aubry no prefirió aplicar su furor marcial por la disciplina a Jack Lang, el único parlamentario socialista que votó a favor de la reforma de la Constitución hace un año y que se ha distinguido por respaldar la ley contra el pirateo en Internet. A fin de cuentas Valls no ha cedido a los cantos de sirena del Elíseo mientras que Lang, poco después de la elección de Sarkozy, aceptó la propuesta presidencial de formar parte de un comité de reflexión sobre la modernización de las instituciones. Tal vez la clave estribe en que es un mamut superviviente de la glaciación mitterrandista que apoyó a Aubry en la guerra fratricida de Reims.

La correspondencia epistolar entre la dama de hierro y el vasallo inoxidable demuestra la necesidad imperiosa de operar, en una fuerza de hegemonía en la izquierda amenazada por los Verdes, una refundación orgánica, doctrinal e ideológica por todos invocada y por nadie acometida. El problema estriba, como observa el politólogo Dominique Reynié, en que Aubry se muestra incapaz de renovar el Partido Socialista galo pues «se niega a asumir, como todos los grandes partidos socialdemócratas, una alianza con el centro». «Se encierra en un modelo arcaico y encarna un partido enajenado con una izquierda radical, intelectualmente exaltada y políticamente muy activa pero electoralmente poco creíble», diagnostica el especialista.