De aquí a Pekín
Actualizado: GuardarLa esperanza es un clavo ardiendo, pero tiene la ventaja de que a nadie le quema los dedos cuando se agarra a él. Hemos acogido jubilosamente el repunte del PIB en China, que dicen que presagia una salida a la crisis global. El mundo, que sigue siendo un pañuelo para secarse las lágrimas universales, puede convertirse en un biombo chino para ocultar nuestras penurias. Kipling profetizó que Oriente y Occidente no se encontrarían nunca, pero quién sabe si no tenían acordada una cita intemporal en el Banco Mundial. El llamado gigante asiático es la única de las diez potencias que crece. Quizá hayan descubierto la única forma posible, que es trabajar. Entre nosotros creemos que lo que tiene verdadero mérito es levantar una maleta sin hacer fuerzas.
El peligro amarillo, que nuestras abuelas identificaban con Manolita Chen y nosotros con los dakois taladrados que obedecían a Fu Manchú, se ha transformado en una celeste esperanza. En el despegue de su economía, que ha crecido un 7,9 hasta junio, han intervenido muchos factores, pero sobre todo han intervenido los chinos. Allí es que no paran más que para tomar carrerilla. El pico y la pala resuelven muchas cosas, pero nosotros no empleamos más que lo primero y nos dedicamos al diálogo social. Muchas conversaciones entre los empresarios y el Gobierno, que se acusan mutuamente de improductivas pero que originan un gran gasto en agua mineral.
Una buena reforma laboral no debe consistir en la reducción de los costes. Tampoco en eso que llaman flexibilidad y que parte de la errónea apreciación de que los trabajadores no se rompen. Cuando pase el agosto augusto y lento vamos a ver lo que es bueno. Habrá que ahorrar algunas monedas para poder ir, por lo menos, a algún restaurante chino.