Futuro pretérito
Actualizado: GuardarNo se refiere el título al descubrimiento de un nuevo tiempo verbal. Es un mero juego de palabras, con la sana intención de reflexionar sobre el pasado. Sobre su capitalización. En cierto modo, se trata de un plagio amistoso, una versión, de la cabecera de la revista de la Columbia State University de Nueva York, llamada Futuro Anterior, que dirige mi amigo el arquitecto Otero Pailos. Recurro a esa licencia para certificarles que, en Cádiz y provincia, su pasado, mitológico, arqueológico, histórico, ideológico y sociocultural, desde el Olimpo, pasando por el Calcolítico, hasta el Siglo XXI, está cargado de porvenir rentable sostenible. Las esperanzas fundadas de salir de este estado de crisis ético-económica y cultural, educativa, se basan en la pausada revisión del pasado, de lo pretérito entendido como plataforma de lanzamiento hacia un innovador futuro. La apresurada carrera de los últimos decenios por incorporarnos a la cabecera del elenco de los países más desarrollados, esa visión progresista subdesarrollada por paradoja, orientada casi exclusivamente a conseguir logros materiales, ese frenético materialismo mercantilista del fallido capitalismo global, se topa de bruces con las nuevas tendencias postmaterialistas. Aquellas por las que claman, sin saberlo, las nuevas generaciones. No saben que lo que anhelan, ansían, de forma «cardio-intuitiva», se basa en el diseño de una vida emocional, emocionante, necesariamente espiritual, metafísica. Ya lo tienen todo, habiéndoselo otorgado las generaciones precedentes, sin que nos lo hayan reclamado. De tal forma, que les hemos marchitado toda ilusión, todo saludable esfuerzo, por buscar ellas, por su cuenta y riesgo, esas metas de realización personal creativas, hechizantes hasta sentir el vértigo en las venas.
No existe ningún empeño humano que no sea futurizable, por no existir ningún logro económico que quede exento del peso de la ética y la tridimensión filosófica, lo que le permite proyectarse espacial y temporalmente. El haber arrumbado cualquier tipo de lucubración abstracta para acomodarnos a la ramplona grosería de comportarnos como si los bíceps sirvieran tan sólo para calarse una rústica boina, o como si los frutos de las ingles sirvieran para reflexionar, nos ha escamoteado el anhelo de crear y sus inherentes y saludables riesgos. Lo entendería, si no estuviéramos dotados de razón e intelecto, de capacidad reflexiva por ello. Si fuéramos macacos de Berbería, a lo mejor podríamos convencernos, los unos a los otros, de que el constante despilfarro de los legados culturales multiseculares terminará por convertirnos en esos mismos macacos (Gibraltar queda cerca) pero armados hasta los dientes. El legado arqueológico de Cádiz, su acervo cultural subyacente, el de su bahía y provincia, debe y puede ser explotado como industria cultural masiva. Como referente de una excelente calidad de diseño y capitalización de la gestión del territorio y del patrimonio, bajo el liderazgo de la Universidad de Cádiz, agente clave para el desarrollo sostenible integral, ético, cultural, social y económico, asistida por las últimas tecnologías, por el conocimiento y el talento dinamizados y dinamizadores del tejido social cohesionado y productivo, para lanzarnos al futuro desde la asimilación del mundo mágico de lo pretérito, asintiendo así, con Simone de Beauvoir, que «el hombre es un venablo lanzado al infinito». En ese infinito, nos sentiremos orgullosos del talento de nuestra genealogía; la gloria de Occidente.