CALLE PORVERA

La tentación (literaria) del verano

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Hace unos meses que se desató la fiebre Millenium y la he resistido hasta hace solamente un par de semanas. En casa se acumularon los tres volúmenes (el último a finales de junio) mientras que mi familia bebía las cientos y cientos de páginas que dejó escritas Stieg Larsson sobre Michael Blomkvist y Lisbeth Salander.

Mi respuesta a «¿no te has leído todavía El hombre que no amaba a las mujeres?» siempre era: «Cuando esté de vacaciones». Y las vacaciones llegaron (la mitad ya se me han ido volando) y tal y como prometí, cogí entre mis manos el pesado primer libro de la saga dispuesta a sacrificar mis siestas estivales. Qué quieren que les diga: me lo leí en menos de una semana y me ocurría como la canción de Sabina: que me dieron las diez, las once, las doce y hasta las cuatro de la madrugada. Hasta agujetas he tenido en los brazos de sostener el librito de marras.

No puedo negar que me enganchó y, además de la propia historia, tuvo otro aliciente para mí, como imagino que para otros muchos de mis compañeros de la sufrida canallesca: el protagonista es periodista y la labor de informar es uno de los ejes de la novela. También he descubierto recientemente que me gustan los paisajes nórdicos, las descripciones de pequeños y helados pueblos y la vida de sus habitantes. Quizás es porque es muy distinta a la nuestra, que pasamos mucho tiempo en la calle y no invitamos a café a todo el que llega a casa a cualquier hora del día o de la noche.

Entre el primer y el segundo volumen me he permitido unas semanas de reposo y he atacado otra obra totalmente diferente. La idea es cambiar un poco el ritmo (además de no dejarme la vista en el papel) y no obsesionarme con el tema, que yo me conozco y acabo echando de menos a los personajes cuando se me acaba la lectura.