Ciudad dormitorio
Actualizado:Sábado por la noche, hace dos o tres semanas. Terminamos de cenar en uno de los restaurantes del Paseo Marítimo y, puesto que es temprano y hace un calor de escándalo, decidimos ir a tomarnos una copa a otro sitio. Somos once. Recorremos el susodicho paseo desde casi Cortadura, que es donde estamos, hasta el Isecotel, buscando vanamente un sitito donde quepamos.
Todo está ocupado, con crisis o sin crisis. En la acerita del paseo hay que andar poco menos que de perfil. Los chiringuitos playeros tienen cola para hacer cola. Los poquísimos bares de copas están a rebosar, dentro y sobre todo fuera. Público variopinto, gente joven y madura por igual: todavía no ha llegado, si es que llega, el desembarco de los turistas.
Al final, nos quedamos en la puerta de uno de los bares de copas, que este año sí que tiene, de momento, mesas al aire libre, entre palmeras bajitas que un día le van a saltar un ojo a alguien. Nos apalancamos en una de las mesitas-taburete y allí las féminas se dedican a charlar de la inminente boda de una de ellas y los sufridos maromos damos consejos a la futura víctima masculina con los chistes de siempre: No lo hagas, Paco, no te ahorques.
Pedimos un par de copas, me regalan una camiseta de promoción de la talla M (¿pero no hemos quedado que a los menores no se les puede servir alcohol y, por tanto, no se les puede regalar el consiguiente tallaje?).
Mientras nos sirven y charlamos en la barra, pasan si acaso diez minutos. Y entonces llega el asombro. Los camareros, todos con sus camisetas de promoción que sin duda no son de la talla M, empiezan a recoger sillas metálicas y a retirar mesas. Tenemos que bebernos la penúltima copa como si fuera la última de verdad, como si fuéramos ciclistas del Tour de Francia avituallándonos en plena marcha.
Volvemos desandando lo andado por un paseo marítimo que sigue igual, con gente que camina de perfil entre los puestos de abalorios. Pero ya los bares de copas, los restaurantes, y hasta las heladerías están plegando velas. Son poco más de las doce y media.
Ha llegado el verano, pero parece que nadie quiere darse por enterado. Se cierra todo a cal y canto y el personal puede pasarse un rato más caminando en plan zombie por el Paseo. o irse a sudar la gota gorda a casa.
La cosa no ha hecho sino empeorar en estas dos o tres semanas pasadas. Está usted tan tranquilo tomándose la cervecita y, zas, se la retiran de la mesa (no es coña), convirtiendo la cortadita en cortada de verdad.
Parece que vivimos en un toque de queda. Los pocos metros de Paseo Marítimo donde hay tan escasas atracciones cierran y si la impresión que causan en el paisanaje local es rara, imaginen ustedes qué carita se le va a quedar al visitante foráneo. Entre una ley que no deja pasar una y unos camareros que parece que están lampando por irse a casa, así no vamos a hacer ciudad de turismo en la vida. Un poquito de manga ancha, en verano, en fin de semana, y en el Paseo (al pairo la Residencia de Tiempo Libre hasta que la tiren o no) sería deseable.
Vamos camino de ser, equivocando el término, una ciudad dormitorio. Que es lo que quiere decir en griego cementerio, si mal no recuerdo.