Kirchner saluda durante su visita a un pabellón de afectados por la gripe A ingresados en un hospital de Buenos Aires. / REUTERS
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Los Kirchner intentan sobrevivir

Tras la caída del justicialismo en las urnas, la presidenta argentina busca dar un golpe de timón con una llamada al diálogo y la bajada de impuestos

| BUENOS AIRES Actualizado: Guardar
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«No veo por qué a raíz del resultado de las elecciones deba hacer ningún cambio de gabinete», declaró resuelta la presidenta argentina, Cristina Fernández, tras el retroceso del oficialismo en las urnas en los comicios parciales celebrados a finales de junio. La negación de la derrota sólo se pudo sostener una semana. Tras el periplo por Washington y Centroamérica en apoyo del destituido líder hondureño Manuel Zelaya, Fernández cambió a tres ministros claves: el de Economía, el de Justicia y el jefe de Gabinete. Aunque la verdad sea dicha, lo único que hizo fue mover piezas dentro de un mismo abanico de funcionarios leales.

Fuentes cercanas al Ejecutivo revelan que la mandataria intentó con esa táctica abrir un poco más el juego a la participación de gobernadores que habían ganado las elecciones en sus provincias. A uno de ellos le ofreció la jefatura de Gabinete. Pero cuando una gestión está en declive, a los triunfadores ya no los tienta el convite.

Para diversos analistas, para la oposición y para la opinión pública en general, los cambios en el Gabinete no permiten anticipar ninguna novedad política ni tampoco un viraje en el estilo de gestión. «Es más de lo mismo», «'lifting' político», «no hay ninguna apertura», señalaron los más escépticos. «No hay incorporación de figuras nuevas que aporten otro sustento político», criticó el analista Rosendo Fraga.

Tres días más tarde, consciente de que esa concesión era insuficiente para recuperar la iniciativa perdida, la presidenta convocó a un «diálogo» impensado hace un mes y un poco a regañadientes. La propuesta todavía no entusiasma a actores políticos y económicos. Si bien no es la primera vez que se lanza una invitación a construir consensos, nunca pasó de ser un anuncio. No obstante, puede que esta vez avance. No sólo porque está debilitado el Gobierno, sino porque lo mismo ocurre con el jefe del oficialismo detrás del escenario, el ex presidente Néstor Kirchner (2003-07), que había dejado su cargo en un pico alto de popularidad y ahora se ha desgastado como si aún dirigiera al país.

Su mayor error de los últimos meses fue haber jugado las elecciones convencido de que el Gobierno arrasaba. La estrategia fue «someter a plebiscito la gestión», sembrar el miedo de que si no se revalidaba su guía, Argentina volvía al caos de 2001.

Apuesta arriesgada

Para ello, Kirchner, que era hasta hace dos semanas líder del Partido Justicialista y el verdadero poder detrás de su esposa, se postuló como primer candidato a diputado en el distrito más populoso, la provincia de Buenos Aires, y arrastró tras de sí al gobernador, Daniel Scioli, y a medio centenar de funcionarios de primera línea y alcaldes muy populares en sus zonas.

Pero la iniciativa fracasó. Hartos de una forma de gobernar nada proclive al diálogo y que ya no puede ofrecer resultados como sucedió en los primeros tiempos, los electores prefirieron al rival de Kirchner, Francisco de Narváez, un ex empresario millonario devenido en líder de la centroderecha, que era un personaje prácticamente desconocido en el escenario político local hace apenas tres años. Kirchner acusó el golpe y de inmediato, a pocas horas de ser derrotado, renunció a liderar el justicialismo. Pero aun sin un cargo en el Gobierno ni en el partido, el ex presidente sigue maniobrando el poder. El anuncio de los cambios en el Gabinete de su esposa corrió por cuenta del propio portavoz del anterior primer mandatario.

De todos modos, Kirchner sabe que sus días están contados. Tras su derrota y la renuncia a encabezar el partido, los gobernadores ganadores piden apertura, elecciones abiertas en el partido y cambios en la gestión. Una de las primeras muestras de estas presiones tuvo lugar este mismo fin de semana, cuando un funcionario admitió que podría haber una rebaja en el impuesto a las exportaciones de granos.

El alza de esos tributos provocó en 2008 la primera y mayor crisis del Gobierno Fernández y marcó el comienzo de su declive. La presidenta se negaba a dar marcha atrás, pero, finalmente, el Congreso, pese a ser mayoritariamente oficialista, la obligó a retroceder. Ahora, perdida la mayoría en ambas cámaras tras las elecciones, comienza a admitir que deberá reducir aún más esos impuestos. Una prueba de que el poder se le escapa.