Un militar se ejercita en un gimnasio improvisado en la cubierta. / C. C.
Ciudadanos

«Papá, ¿has visto si los piratas llevan un loro en el hombro?»

Los marineros pasaban sus ratos libres buscando actividades para distraerse y comunicándose con sus familiares

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La palabra pirata se asocia rápidamente a una bandera negra medio rota con una calavera y dos tibias cruzadas, marineros con loros en el hombro, mellados y, por supuesto, con un vaso de ron al alcance. Sin embargo, es una imagen muy distinta a la que se han encontrado los mil militares que acudieron a las costas somalíes bajo el mando de la OTAN.

Lo más complicado para el personal de las dotaciones embarcadas era el «explicar a los pequeños a qué nos enfrentábamos. Hay muchas anécdotas de llamadas de niños que preguntaban a sus padres si los piratas iban con loros o si les podían traer una bandera pirata», aseguraba uno de los miembros de la fragata española Blas de Lezo. Este es el buque en el que también trabaja el marinero Julián Castro que asegura que «ha sido una gran experiencia» y se muestra decidido a repetirla sin dudar.

Uno de los momentos que nunca podrá olvidar fue cuando recogieron a a más de 90 inmigrantes que viajaban en una patera. «Fue un golpe duro y sientes una gran tristeza al ver tanta penuria, pero a la vez estás satisfecho por poder ayudar», explicó. En cuanto a los piratas, Castro asegura que no les tenía miedo porque «se trata de chavales de 16 a 25 años, muy jóvenes, aunque es verdad que era muy arriesgado porque no temían a nada, claro que no podían competir con nosotros».

Uno de los mayores problemas era el del entretenimiento cuando lo único que tienes alrededor es agua. Alberto Alomar es un oficial de la fragata estadounidense Halyburton y asegura que «tenemos televisores y ahí enchufamos videoconsolas para pasar el rato. Las cartas, los dados o el dominó son otras de las distracciones favoritas».

En lo que más piensan todos los marineros es en volver junto a sus familias. «Siempre estaba deseando llegar a casa y ver a mi mujer y mi hija», apunta el radarista Alejandro Quintana.