China desactiva la revuelta uigur
Urumqui recupera la calma, mientras el régimen mira hoy con temor la celebración de las mezquitas
| ENVIADO ESPECIAL. URUMQIActualizado:Después de cuatro días de caos, el Ejército chino cantó ayer victoria sobre la revuelta uigur en la región noroccidental de Xinjiang, que estalló el domingo pasado cuando miles de manifestantes de esta etnia musulmana tomaron las calles y se desató una violenta batalla campal que acabó con 156 muertos y más de un millar de heridos.
Gracias al despliegue de más de 20.000 militares y agentes antidisturbios, muchos de ellos armados con metralletas, el Ejército se ha hecho con el control de esta ciudad de dos millones de habitantes. Gradualmente, se ha restablecido el tráfico y las tiendas han vuelto a abrir sus puertas. Pero Urumqi se encuentra dividida en dos. A un lado, en el distrito financiero y comercial plagado de modernos rascacielos, galerías comerciales, bares y karaokes decorados con luces de neón, se sitúan los han, la etnia mayoritaria de China que ha colonizado la región. Al otro, en el casco histórico enclavado alrededor de la mezquita, los uigures, la población autóctona de Xinjiang qeu profesa el islam y ansía la independencia.
Interponiéndose entre ambos, el Ejército, que continúa formando barreras alrededor del centro, imponiendo el toque de queda por la noche y patrullando por las calles en camiones con grandes pancartas en rojo, donde se pueden leer eslóganes tan directos como El separatismo trae la ruina a la nación y Debemos derrotar a los terroristas.
Pero la prueba de fuego para el régimen chino tendrá lugar hoy, día sagrado para los musulmanes al celebrarse la oración del viernes. «Los fieles que vengan a rezar deberán marcharse a sus casas. Gracias por su cooperación», advertía un cartel a las puertas de la mezquita del distrito de Tianshan, cerca del Gran Bazar. Aunque algunas otras mezquitas de menor tamaño ya abrieron ayer sus puertas tímidamente, Ahmed no sabía «si podremos reunirnos a rezar porque el Gobierno no quiere que comentemos juntos lo que ha pasado».
B ochorno, eso es lo que siento cuando reparo en la forma en que la comunidad internacional administra sus silencios. Hoy es el día en que no hay líder que en español o en inglés haya dicho lo que tiene que hacer Honduras en este momento que tiene dos presidentes. Ocurre que Honduras es un país pobre. Es una tierra incapaz de desarrollar hacia afuera ningún temor. Son pobres. Pobres hasta para dar miedo, que ya es pobreza. Y por si fuera poco viven entre catástrofe natural y golpe de Estado. ¿Hay algo más grave que la pobreza? Pues sí, la pobreza instalada en el futuro. Sólo dos países, Haití y Nicaragua, son más desgraciados que Honduras. Para qué seguir. Asombra la hipocresía con que actúan los países desarrollados con China. Cada día me parece más certero el diagnóstico de esos economistas sin ideología -a quién querrán engañar-, que afirman que no hay más democracia que el mercado. A mí me da vergüenza, y me provoca desazón eso. Decir democracia es decir derechos humanos, es decir no a la pena de muerte, es respeto a las minorías étnicas, es decir no a la muerte, no al miedo. China tiene 1.300 millones de habitantes. Hasta el momento sabemos que han muerto 156 personas en los enfrentamientos étnicos en Xinjiang, pero las organizaciones humanitarias hablan de más de 600. La situación es tan grave que el presidente chino, Hu Jintao, ha tenido que dejar la cumbre del G-8 e irse a su país para dar la sensación de que controla algo que se deshace como un azucarillo en el café. Que el chino se vaya a China sin que nadie del G-8 le haya leído la cartilla es lo que hace que sintamos ofuscación. Nunca como ahora queda tan claro que si se tiene un mercado de 1.300 millones de personas dispuestos a consumir, la democracia importa poco. Nada.