El show final de Michael Jackson
Un multitudinario servicio fúnebre celebrado por artistas, amigos y parientes retransmitido a todo el mundo despide al cantante
| CORRESPONSAL. NUEVA YORK Actualizado: GuardarEn alguna parte del universo al alma de Michael Jackson debieron caérsele ayer dos lagrimones, si es que eso es posible. Por un momento se apagaron los zumbidos, dejaron de sonar los rumores que enturbiaron su existencia y todo lo que salió del Staples Center de Los Angeles fue el amor y la admiración que buscó afanosamente durante sus últimos años de vida.
«Sonríe, aunque te duela el corazón», cantó con un gesto de dolor su hermano Jermaine Jackson, después de que Brooke Shields contase que la canción de Charlie Chaplin para la película Moderm Times era la favorita del cantante desaparecido hace diez días. «Indudablemente Michael está por ahí colgado en la Luna creciente, así que tenemos que sonreír», se obligó a decir la actriz con la voz quebrada, sin querer mirar el ataúd que presidía el acto.
Su voz recorrió como un escalofrío las 35 sedes del país en las que se retransmitía públicamente el homenaje, disparado al mundo por todas las televisiones. La que hablaba no era ya la actriz que representase a la adolescente más bella del cine en El Lago Azul, sino la niña de 13 años despidiéndose de su mejor amigo, otro niño prodigio. «Cada vez que nos fotografiaban juntos el pie de foto decía algo así como la extraña pareja, pero para nosotros era la amistad más fácil y natural del mundo», contó. «A lo mejor porque los dos sabíamos lo que era estar expuestos al público desde tan temprano».
Fue uno de los muchos momentos álgidos que tuvo el funeral más grande la historia de la ciudad, con la participación de Magic Johnson, Queen Latifah, Smokey Robinson y cartas de Nelson Mandela y Diana Ross. Si a Lady Di le cantó Elton John, a Michael Jackson lo hicieron Mariah Carey, Stevie Wonder, Lionel Richie y la guitarra de John Mayer, entre otros muchos. «¿Por qué no te quedaste, Michael?», dijo Stevie Wonder al piano en medio de una canción. «Este es un momento que ojalá no hubiera vivido para ver», confesó el cantante ciego.
La fiesta había empezado en el aparcamiento del pabellón deportivo con aullidos de alegría y bailes improvisados de quienes agitaban al aire la entrada más valiosa de sus vidas. La mayoría aún no podía creerse su suerte. Sólo 8.750 personas habían ganado el acceso en una lotería a la que se presentaron 1,6 millones de personas de todo el mundo. Pero tan pronto como apareció en el Staples Center la caravana de coches fúnebres que portaba el ataúd coronado de rosas rojas, el peso de su muerte cayó como un jarro de agua fría sobre el pabellón.
«Oh Dios mío, ahora es cuando me lo creo», se desplomó Aimee Avila. Su abatimiento era doble. El rey estaba muerto de verdad. Aimee, de 18 años, llevaba apostada junto al perímetro del Staples Center desde las 4 de la madrugada con la esperanza de obtener alguna de las entradas que nadie recogiera. Compañías como Virgin y British Airways habían registrado overbooking en los vuelos del fin de semana a Los Angeles, y era un hecho que muchos de los fans de todo el mundo que habían ganado los tiques no podrían completar la peregrinación. El rumor era cierto, esas entradas se repartieron gratis, pero no en el Staples.
Entradas deseadas
La pista buena se la dio a Jesús Serrano un policía del estadio Dodgers: «Vete al Teatro El Rey de Wilshire Boulevard». Y allí se quedó haciendo cola toda la noche, como cuando plantase su tienda de campaña en la puerta de Neverland. Esta vez el espíritu de Michael Jackson le sonrió. «¡La tengo, la tengo!», gritaba.
Dentro la familia Jackson al completo, con todos los hermanos uniformados de corbata amarilla, rosa roja y guantes blancos de lentejuelas, agonizaba intentando entender «por qué Dios se llevó a mi hermano tan pronto», sollozó Marlon. Para ayudarlos a entender sonaron anécdotas, bromas que les permitieron disfrazar las lágrimas de risa, y hasta algún sermón que puso los puntos sobre las ies. «Sé que a algunos les gusta remover la mierda, pero millones en todo el mundo prefieren mantener su mensaje de amor», sentenció con voz en grito el reverendo al Sharpton.
Para entonces todo el pabellón estaba completamente sobrecogido, pero aún se les temblaría más el alma cuando las 20.000 personas se unieron al coro de artistas para cantar juntos el We Are The World. Le tocaba despedir el homenaje a Marlon Jackson que tenía un favor que pedirle a su hermano. «Por favor, dale un abrazo a mi hermano gemelo Brando». Y se quebró en sollozos. Fue entonces, cuando todo se daba por acabado y la familia se abrazaba en grupo sobre el escenario, que la pequeña Paris, sobreprotegida por su padre del escrutinio público hasta con máscaras, la que dio la cara y pidió la palabra. «Sólo quiero decir una cosa: desde que nací, papá, has sido el mejor padre que nadie pueda imaginar. Te quiero», acertó a pronunciar antes de que su voz se quebrase.