La campana de algunos bares suena con las propinas. / L.V.
Ciudadanos

Los clientes esperan la vuelta

Las propinas están en fase de extinción en la provincia. Algunos apuran hasta el último céntimo de la calderilla

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Los 154.445 desempleados que tiene la provincia hablan por sí solos de la dureza con que la crisis económica está golpeando a Cádiz. La caída de los precios -el IPC en mayo marcó un 0.9% menos con respecto a 2008 en España- y la caída del consumo -las ventas en el sector de la alimentación han bajado más de un 8% y la de los productos no alimenticios más de un 12,6%- también perjudican sobremanera a un territorio que basa su economía en el sector servicios.

Pero la difícil situación económica trae consigo otras consecuencias negativas menos difundidas pero que se traducen igualmente en privaciones y dificultades para una parte de la sociedad. Una de ellas es el descenso de las propinas, una fuente de riqueza informal cuya bajada están sufriendo fundamentalmente trabajadores y pequeños empresarios del turismo, la hostelería y otros servicios. Pese a que en España no son obligatorias ni tienen establecida una cantidad como ocurre, por ejemplo, en los países anglosajones, las propinas pueden suponer entre un 5% y un 30% de los beneficios o del salario de muchos gaditanos. Hay casos extraordinarios como el de los repartidores de butano, que viven casi exclusivamente del dinero que les dejan sus clientes. Juan Manuel Fernández, que trabaja a diario con el camión de las bombonas, confirma un desplome que para él y sus compañeros está significando una auténtica sangría económica. «Antes me sacaba poco más de 800 euros al mes sólo con las propinas y ahora, ni quiero saber lo que me llevo», comenta preocupado. A tenor de su experiencia, «la mayoría de la gente sigue dando, pero ahora es justo la mitad». «Muchos me dejaban un euro y ahora casi nadie deja más de 50 céntimos», añadió. De la misma opinión son los repartidores de pizza e incluso los peluqueros: quienes se dejaban caer, lo siguen haciendo, aunque de forma menos espléndida.

Lo más curioso es que, según él, «los que más parné tienen son los que menos dejan». Lo más preocupante es que «a principios de este año yo contaba con esas cantidades que ahora no percibo». En peor tesitura aún se encuentran los mimos y otros actores callejeros. Miguel García vino hasta El Puerto a buscarse la vida en verano haciendo malabares. A los pocos días decidió irse a otro lugar porque «terminaba la jornada con el bote vacío». Durante el Mercado Medieval que tuvo lugar hace dos semanas la mayoría de los artistas que acompañaban a los puestos se quejaban de que había muchos mirones y poca gente dispuesta a pagar algo. Los camareros son otro gremio muy afectado por el descenso de propinas. Algunos incluso cuentan con un sueldo discreto, debido a que los jefes saben que suelen llevarse un buen 'pico' gracias a la generosidad de los clientes. Milagros Merino tiene una trayectoria dilatada en el mundo de la hostelería y asegura que «éste es el peor año que he vivido nunca en lo que a propinas se refiere», e incluso apunta a que «es uno de los aspectos en los que más se está notando la crisis». A Robinson Izaguirre este detalle le llama aún más la atención, puesto que en su país de origen, Guatemala, «hay mucha más costumbre de dejar propinas», que en su caso se significaban casi más de lo que le pagaban en el buffet donde trabajaba. «Deberían estar incluidas en las facturas como Estados Unidos», afirma en tono de broma. La cara opuesta de la moneda es Eugenio Espinosa, quien hace cuatro meses inauguró El 7, un bar de copas. Eugenio dice que le va bien el negocio y, pese a que el tema no le preocupa excesivamente, está encontrando respaldo entre los clientes, quizás porque «muchos son fieles e incluso amigos de toda la vida». En su caso las propinas se han multiplicado porque hace apenas un mes, unas amigas le regalaron para el bote un recipiente de plástico muy llamativo que ha colocado junto a las botellas.

Los clientes se muestran a su vez menos solidarios con las huchas benéficas colocadas en algunos establecimientos con objeto de que echen la vuelta. De esto, lógicamente, tampoco hay cifras oficiales, pero sólo hace falta echar un vistazo al número de monedas introducidas para darse cuenta. Apenas se ven billetes. Idéntica situación se vive en algunas iglesias. Al menos es lo que sostiene un sacerdote que prefiere mantenerse en el anonimato, pero que lamenta que los fieles aporten cantidades muy inferiores a las del pasado año.

Para los empresarios la desaparición de propinas es un agravante más a la pérdida de actividad. Tanto ellos como la mayoría de los clientes coinciden en que «no tiene nada que ver con una menor satisfacción con los servicios o productos», sino que se trata de una medida de ahorro más, en algunos casos «casi instintiva e inconsciente», como indica José Manuel Román, consumidor habitual de comida a domicilio.

Y es que algunos ciudadanos lo ven desde el otro lado. Algunos se quejan de tener que afrontar un gasto extraordinario cuando ya han pagado por un servicio que a veces no les convence. Pero la explicación es más sencilla: ante una crisis prolongada, muchos optan por medidas de ahorro extremas que, sin embargo, empeoran la situación global de la economía.