CÁDIZ

Los últimos moradores del Castillo, los militares, dejaron algunos barracones y una torre de control casi en ruinas

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T iene todos los ingredientes para picar la curiosidad del visitante: leyendas, misterio y pasadizos secretos. Le faltan las historias de damas y caballeros templarios, porque el Castillo de San Sebastián nunca tuvo ni de lo uno ni lo otro. Y los militares que lo habitaron no parecen haber dejado muchos fantasmas. Tan sólo unos cuantos barracones que ya han sido derribados y una ruinosa torre de control en la que aún puede verse el timbre de alto el fuego junto a una cinta impresa con Dymo y pegada a la pared.

No es muy seguro subirse a esa torre de control, colocada sobre el antiguo polvorín, a escasos metros del faro. Los escalones están carcomidos por el óxido (en la última planta, algunos han desaparecido) las barandillas cimbrean, casi en el aire y por dentro, parte de la cristalera de esa planta desde la que se controlaba las prácticas de tiro está en el suelo, hecha añicos.

El edificio, sin embargo, no carece de valor, por más que cueste creerlo. Se cree que fue diseñado por Fernández Shaw, pero su principal mérito arquitectónico es que las plantas superiores tienen un mirador que no se sostiene con pilares. Pese a que el edificio se mantendrá y será el famoso Faro de las Libertades en el año 2012, aún no se sabe qué función tendrá. La gerente del Consorcio para el Bicentenario, María Luisa García Juárez, explica que podría ser un restaurante mirador, aunque sus reducidas dimensiones hacen pensar más en una cafetería con mirador. El edificio tiene cuatro niveles: planta baja, el mencionado mirador acristalado (desde donde se dirigían las prácticas de tiro) y una terraza superior. Pero también hay una planta semisótano utilizada probablemente como almacén.

La imaginación lleva a pensar en una conexión entre ese semisótano y la bóveda que hay debajo, que servía como polvorín, pero no. No hay pasadizo por allí. Sí existe un corredor alrededor del polvorín. Éste consistía en un pasillo frontal, con estancias a izquierda y derecha y circundado esas habitaciones ese estrecho pasadizo, sin luz, cuya función se desconoce a día de hoy.

Y si el polvorín resulta curioso, el lugar más fascinante del castillo son las casamatas (precisamente por donde comenzará la obra), una zona que ha ido modificándose a medida que fue cambiando el armamento. Por cierto que aún se pueden ver los cañones que sustituyeron a los míticos Krupp, a partir de mediados del siglo pasado.

La zona más interesante para los arqueólogos se sitúa también a pocos metros de las casamatas, a cielo raso. Allí, cortado a la misma altura que las murallas están los restos del faro que fue derribado en 1898. Bajo esta estructura circular se cree que se hallará la huella de la antigua ermita, cuyo origen se remota al siglo XV. En el archivo de Simancas (Valladolid) se guarda la imagen más antigua de esta capilla. Es del año 1513 y de autor desconocido. Un grabado posterior, de Georges Hoefnagel, de 1564, atestigua la existencia de la ermita y de una antigua torre. En 1603 sobre la antigua ermita se construye una torre artillada y en 1706 se comienza a edificar el fuerte. Hubo una ampliación del castillo, ordenada por Isabel II (que por cierto según ha documentado el equipo de Arqueologística, la empresa encargada de las catas, estuvo de visita por la fortaleza). Es entonces, hacia 1860, cuando se construye la avanzada. Cuenta la arqueóloga Gemma Jurado que la ciudad era reacia a sufragar las obras de esa Avanzada, «pero era arriesgado dejar esa plataforma de roca allí porque cualquier barco podía anclar y desde allí, invadir la ciudad».

De algunos años posteriores a esas obras de la Avanzada se cree que son los cuerpos de guardia hallados bajo un vulgar edificio de hace décadas. «Ha sido una sorpresa encontrarlos tan bien conservados». Las pequeñas construcciones servían como puerta de entrada y estaban situadas hacia la mitad de la avanzada. Las murallas se prolongaron por los flancos de manera que el único paso posible hacia las casamatas era ese hueco dejado entre los dos cuerpos de guardia.

A buen seguro que no será la única sorpresa que se llevarán los expertos. El sueño de una noche de verano (iluminada por el Faro de San Sebastián) de los arqueólogos sería dar con un hallazgo milenario. En Gades, ¿dónde si no?