El lujo inglés de la reina de los mares
El 'Queen Victoria', de la mítica compañía Cunard, navega por el 'Mare Nostrum' transportando a más de dos mil pasajeros y el más genuino espíritu marino británico
Actualizado: GuardarEn la biblioteca de a bordo (siete mil volúmenes en siete idiomas) cuelga una especie de cuadro de honor de la literatura en inglés. Desde Jane Austen a Lewis Carroll o Edgar Allen Poe, el autor de Las aventuras de Arthur Gordon Pym. A Poe, estadounidense, maestro del cuento de terror, le gustaba escribir sobre el mar, pero la vida obsesiva de Pym y los barcos fantasmas suena muy lejos en este rincón exquisito del Queen Victoria, el nuevo barco de la compañía Cunard. Estamos rodeados de moquetas, cueros, maderas y, si cerramos los ojos, del sabor de un whisky de malta y un cigarro puro. Paisaje inglés en alta mar.
La británica Cunard (aunque en los últimos años perteneciente al grupo estadounidense Carnival) fue fundada en 1838 y su pasado está atado a los océanos, a los grandes barcos/sueños, como el Queen Mary, y a un espíritu radicalmente british. Basta cruzar la pasarela de entrada del Queen Victoria para comprobarlo una vez más. En la Queen Room se sirve el té a las cinco en punto. En el pub, por la noche, llegará la hora del pop británico y las pintas. Y en la Churchill Room, con vistas al inmenso azul, se respira el humo de los fumadores.
El Queen Victoria ocupa, de alguna manera, el hueco que deja en los catálogos el Queen Elisabeth 2, comprado a mediados de 2007 por el emirato de Dubai a cambio de cien millones de dólares para convertirlo en hotel-museo. El nuevo trasatlántico no realizará un trayecto único, sino que «por temporadas» dará la vuelta al mundo, pondrá rumbo al Báltico y, como este verano, recorrerá el Mediterráneo, tentado por el poderío evidente del puerto de Barcelona en el mercado de cruceros.
Barcelona fue, por supuesto, uno de los puertos en los que ha hecho escala el nuevo tesoro de la Cunard en su primera vuelta al mundo. El público que vemos, el que lee el periódico con minuciosidad o come en el restaurante Britannia (878 asientos), dispone de tres meses y una buena suma de dinero para dedicarla al lujo contemplativo, un perfil muy diferente al de los pasajeros que ocuparán estos pasillos en verano, alterados por las risas de los niños y el chop chop de la piscina.
Como se sabe, los restaurantes no son un asunto precisamente menor en un crucero. La comida va incluida en el precio, las veinticuatro horas del día, y una pasajera ocasional relata, sentada a la mesa, la historia de una conocida que engordó siete kilos en unas vacaciones. Hay cartas y buffets para todos los gustos, desde el italiano al francés, además de comedores privados para los ocupantes de las suites o para las empresas que los alquilan para cualquier presentación.
Casino y teatro
El casino es otro centro neurálgico del Queen Victoria. De las ganancias del juego y quizá de las del spa depende una parte importante de los beneficios de la naviera. Las máquinas tragaperras, como las tiendas (atención: se compra en dólares, lo que supone una evidente ventaja en el cambio), sólo abren cuando el barco se hace a la mar. La excitación que fluye alrededor de la ruleta o del tapete de las mesas de cartas se extiende por los pasillos solemnes de este rascacielos flotante, como una prueba más de que los extremos se tocan y se necesitan.
En el día a día de un crucero los pasajeros salen a una excursión, acuden al teatro (830 asientos), navegan por internet, mueven el esqueleto en la discoteca Hemispheres o toman el sol en cubierta. A media mañana, un grupo de artistas ensaya la función de la noche en el Royal Court Theatre, que ocupa tres cubiertas. Nada, salvo el hecho de que una bofetada de realidad nos hace recordar que estamos en un barco, diferencia este escenario de cualquier otro en la ciudad. Al fin y al cabo, de eso se trata: una exquisita ciudad inglesa flota en el Mediterráneo.