El director del CNI, Alberto Saiz.
ESPAÑA

Saiz abandona el CNI empujado por una rebelión interna en los servicios secretos

El Gobierno prescinde del jefe de la Inteligencia tras su renovación La investigación del Ministerio de Defensa precipita su dimisión

| COLPISA. MADRID Actualizado: Guardar
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Acorralado por el supuesto uso irregular de fondos públicos para fines privados y tocado por la pérdida de confianza entre sus empleados, el director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Alberto Saiz, decidió abandonar ayer el cargo. La dimisión del jefe de los espías se produce sólo dos meses después de que el Gobierno renovara su mandato, que comenzó en abril de 2004. Su sustituto será el ex jefe del Estado Mayor de la Defensa, el general Félix Sanz Roldán, un hombre de confianza del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Su nombramiento se hará efectivo hoy en el Consejo de Ministros.

La marcha de Alberto Saiz era un secreto a voces. Sin apenas confianza dentro y fuera del CNI, la decisión de cesarle ya había sido tomada por el Ministerio de Defensa, de quien dependen los servicios secretos, y sólo se esperaba a que el dimisionario moviera ficha. Hasta ayer. En un comunicado público, Saiz justifica su salida para evitar un «posible deterioro» en el centro de inteligencia y no perjudicar la imagen del Gobierno. Además, reitera la «falsedad de las acusaciones» y menciona el «desgaste personal» sufrido fruto de una «campaña mediática».

En el departamento dirigido por Carme Chacón, sin embargo, ya barruntaban que su continuidad era «insostenible». Sobre todo porque no se podía permitir que una institución cuya máxima es la discreción estuviera todos los días en la picota política y mediática, con hechos tan flagrantes como las denuncias del diario El Mundo por el presunto uso fraudulento que hizo de fondos públicos, motivo por el cual tuvo que acudir dos veces al Congreso para dar explicaciones: el 20 de mayo y el 23 de junio.

Pero estos supuestos abusos no fueron sino las gotas que colmaron el vaso. La rebelión en las filas del CNI, un centro formado por 3.100 agente y que maneja 255 millones de presupuesto anuales, ya se venía gestando meses antes de que concluyera su primer mandato y saltó a los medios días antes de que el Gobierno decidiera renovarlo.

Dichas denuncias, descritas con pelos y señales y acompañadas de fotografías, fueron el mejor ejemplo de que las filtraciones provenían de La Casa, lo que desvelaba bien a las claras que algunos espías no comulgaban con la idea de que Saiz continuase en el cargo.

En medio de esta marejada, el jefe de los espías decidió por su cuenta y riesgo enchufar el ventilador para cazar a los traidores, lo que acabó salpicándole. Reconoció en el Congreso que había iniciado las pesquisas para averiguar las filtraciones y dijo que, en casos muy concretos, se había interrogado a varios agentes y sometido a la prueba del polígrafo, una especie de máquina de la verdad que fue adquirida en 2004, lo que fue objeto de críticas y hasta de guasa pública.

Dimisiones en bloque

En el enrarecido ambiente de los servicios secretos pesaba en exceso los «problemas internos», según reconoció Saiz en su intervención parlamentaria del 20 de mayo, motivados por la destitución en bloque de la división antiterrorista debido a discrepancias con la dirección. Incluso uno de los mandos dimisionarios llegó a filtrar a la prensa una carta de despedida dirigida a la secretaria general del CNI, Elena Sánchez, en la que criticaba implícitamente a su jefe por las formas de dirigir la institución.

En sólo dos meses la guerra era total y alcanzaba cotas inimaginables, alimentada por la salida de un jefe de la división de contraespionaje y el papel sin aclarar del centro en la fulminante caída de dos importantes prohombres del régimen cubano, el ministro Felipe Pérez Roque y el vicepresidente Carlos Lage.

A esto se unió la investigación abierta por el Ministerio de Defensa la pasada semana para conocer las actividades de Saiz. Una iniciativa que muchos interpretaron como una falta de respeto y el motivo último de su abandono, ya que dejaba entrever que sus explicaciones en el Congreso no fueron suficientemente convincentes.

La propia ministra Carme Chacón aseguró ayer desde Washington, donde se encontraba en visita oficial, que conocía desde hace días la intención de Saiz de dimitir. Chacón alabó su esfuerzo en estos cinco años y dijo que, aunque estaba convencida de que no había cometido ninguna irregularidad, mantenía abierta la investigación interna. Lo que, sucintamente, venía a decir que su confianza en el jefe de los espías era nula.

La ministra de Defensa fue una de las principales detractoras de la renovación de Alberto Saiz en el cargo. Es más, quiso cambiarlo cuando modificó la cúpula militar, poco después de llegar al Ministerio en abril de 2008. Sin embargo, ni entonces pudo ni hace dos meses después tampoco, ya que al final se impuso el criterio de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, la principal valedora del dimisionario jefe de los servicios secretos.