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vuelta de hoja

Los últimos de la cola

MANUEL ALCÁNTARA
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Cuando decimos eso de «¡Qué país!», deplorando nuestra irrevocable partida de nacimiento, debiéramos decir «¡Qué mundo!». Basta echar una ojeada al atlas, donde según Ramón Gómez de la Serna se nos sirve el universo en forma de dos huevos fritos, para darse cuenta de que las cosas no van demasiado bien en ninguna parte, aunque vayan peor en algunos lugares. Hemos globalizado la penuria, pero ciertamente hay grados. Los atentados enturbian los festejos del pueblo iraquí por el repliegue de las tropas de EE UU.

Es todo un símbolo de la inutilidad de las invasiones. Y no sigamos, porque no hay que meterse en Honduras.

La pandemia del descontento tiene una excepción: no afecta a nuestros inmigrantes, la OCDE considera un fracaso el plan español para facilitarles el regreso. No quieren irse. No les da la gana de volver con la frente marchita y unos pocos euros en el bolsillo.

Sólo 4.000 se inscribieron en el programa del Ejecutivo, cuando podían hacerlo 80.000. Como en casa ajena en ninguna parte, debieron pensar. El dato no demuestra lo bien que se vive en nuestro país, sino lo mal que se vivía en lo suyos.

Los que eran los últimos de la cola que se formaba no hace mucho para entrar se resisten heroicamente a salir, a pesar de que el paro les afecta en mucha mayor proporción que a los nativos. Hubo un tiempo en el que les dimos toda clase de facilidades y entraban a razón de 400.000 cada año, sin contar a los que encontraban su móvil sepultura en el cementerio marino del Estrecho. Ahora los navieros clandestinos que flotan pateras han visto decaer su repugnante negocio. Nadie quiere embarcarse. Prefieren quedarse en tierra firme. Aunque se mueva bajo sus pies.