Temas sobre los que escribir
Actualizado:Me preguntan, con supuesta buena intención y un poco de retintín y retranca, que por qué escribo tan poco sobre cuestiones de actualidad y, en cambio, insisto en temas como la infancia, el amor o los sueños... La explicación es tan simple como ustedes puedan suponer: pienso que esos asuntos universales -por decirlo de un modo aparatoso- son la verdadera actualidad; a veces, la única actualidad.
Los mundos del deseo, tan delicados, tan quebradizos, son los que más me complace frecuentar. La infancia -ese paraíso a la medida del hombre- es el mundo que ansío cada día visitar, transgrediendo las leyes temporales más básicas. Mis otros intereses van en el mismo sentido: amistad, amor (¿o quizás eran lo mismo?), poesía, vida y muerte, anhelos, esperanzas. Son los mismos afanes que, en el fondo, nos mueven a todos, bajo sus diversas apariencias, bajo las máscaras, disfraces o pinturas variados. La actualidad, entendida en el sentido de lo noticiable, no hace sino actualizar (permítanme la redundancia) lo eternamente repetido, lo de siempre, lo de toda la vida. «Nada hay nuevo debajo del sol» dice el predicador del Eclesiastés -un texto que les recomiendo, siempre que no estén depresivos, asténicos ni tengan penas de amor-. Es cierto: «Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya».
En fin, que no inventamos nada, que jugamos a cuatro palos, si me apuran a tres, y que las pretendidas novedades no son sino variaciones sobre el mismo tema. Que la vida (la Vida, con letras grandes) se reduce a un puñado de cosas, tres o cuatro, que son las que de verdad importan. Ésas que no se agotan, a las que siempre volvemos. Y, si no me creen, a la literatura, la música, el cine y las otras artes me remito.