El exceso final de Jacko
Sus allegados afirman que el artista presionaba a los médicos para que le subieran la dosis de morfina
| ENVIADA ESPECIAL. LOS ÁNGELESActualizado:Felicia Wilson era el viernes por la noche la última fan que hacía compañía a Michael Jackson en la fría morgue del condado de Los Ángeles, donde la Policía entregó el cuerpo del cantante a su familia. En la pierna, recién tatuado, para hacerse vieja con él, Michael Jackson, Descanse en Paz. En el corazón, la herida que le ha dejado una muerte temprana llena de interrogantes. Y en la mente, un médico escurridizo en el que se ha centrado la investigación.
«¿A qué hora vino el doctor? ¿Qué le hizo? ¿Le inyectó algo? Y en tal caso, ¿qué era? ¿Estuvo en la escena dos veces? ¿Antes y después de la reacción? ¿Usó Demerol? ¿Le inyectó una vez? ¿Dos veces?». El que ayer ponía voz a todas esas inquietantes dudas en la cadena ABC era el reverendo Jesse Jackson, que la víspera visitó a la familia del cantante en su casa de El Encino, a las afueras de Los Ángeles.
Según él, la familia es la primera que quiere hablar con el médico, que se ha blindado de abogados antes de reunirse con la Policía, y encargará una autopsia independiente. «Michael debería poder morir en paz, y ahora mismo no hay paz para él», sentenció.
Todas las fuentes sitúan a este médico que no quiso firmar el certificado de defunción como la última persona a la vera del malogrado rey del pop. Según la prensa, a las 11.30 del jueves le inyectó su última dosis de Demerol, un narcótico sintético de efectos similares a la morfina con el que combatía desde hace años el dolor que le había dejado una caída en el escenario, en la que se rompió una vértebra y una pierna. A los 50 años, después de 12 sin salir de gira, la presión para dejarse la piel en su último tour como un nuevo Mick Jagger pudo haberle llevado a subir la dosis más de lo que su corazón era capaz de aguantar. «Incluso cuando era joven experimentaba unos calambres en las piernas que le debilitaban los músculos», contó una fuente que trabajó con él en los 80 y 90 al diario Los Angeles Times. «A estas alturas tenía un grado de tolerancia muy alto y seguía presionando a los médicos para que le dieran más».
El jueves, poco después de que le inyectaran el Demerol, «empezó a sentir que le faltaba el aliento», contó otra fuente al London Sun. «Su respiración se volvió más corta y sofocada hasta que de pronto se detuvo». Lo único seguro es que 50 minutos después de la supuesta inyección, los servicios de emergencia recibieron una llamada de alguien que pedía urgentemente una ambulancia. El cantante ya no respiraba. Conrad C. Murray, un cardiólogo texano con clínica en Las Vegas, había intentado resucitarlo sin éxito. «Pónganlo en el suelo», ordenaron los servicios de emergencia vía telefónica. El médico, compungido, le acompañó hasta el hospital, pero poco después desapareció dejando un halo de misterio a su alrededor. Ayer sus abogados se reunieron con los detectives de Robos y Homicidios de Los Ángeles que investigan rutinariamente la muerte de Jackson. Ninguna acusación, por el momento, ante la falta de un trauma externo. Al menos hasta que lleguen los resultados toxicológicos de la autopsia, que tardarán más de un mes.
Relación de tres años
Murray estaba contratado desde hacía dos semanas y tenía pactado vivir con él hasta que acabase la gira de 50 conciertos que había pactado con AEG Live, pero trataba al cantante desde hace tres años. «Michael me dijo personalmente que confiaba en este hombre», declaró Randy Philips, jefe ejecutivo de la promotora que se disponía a adelantar «una significativa» cantidad de dinero al médico. Tanto, que Murray cerró su clínica e informó a los pacientes de que se le había presentado una oportunidad «de esas que sólo se dan una vez en la vida». Sus deudas por problemas fiscales y de manutención infantil, entre otros, se acercaban al millón de dólares.
La promotora había intentado convencer al cantante para que aceptase un médico londinense, pero Jackson controlaba al hombre que estaba detrás de la jeringuilla. «Mira, todo este negocio gira en torno a mí», replicó. «Soy una máquina y tenemos que mantener la máquina bien engrasada, ¡y no discutes con el Rey del Pop!».
En el pasado, otros médicos más espirituales, como el cardiólogo gurú Deepak Chopra, se habían negado a proporcionarle la dosis. «Estoy segura de que cuando se conozca la autopsia se va armar la de Dios», auguró la cantante Liza Minelli desde París, «así que gracias a Dios ahora lo estamos celebrando».
Eso hacían los fans que desfilaban por el paseo de la fama de Hollywood para dejar flores junto a la estrella de su adorada leyenda. «¡Muévete!», gritaba un policía a Cynthia Ickes, que pretendía sacarse una foto junto a la montaña de flores, postales y osos de peluche que se había formado ante el Teatro Chino. «¡Déjame por lo menos que le ponga los globos!», suplicó su amiga Emilia, vestida a lo Jackson, con guante de cuero y calcetines blancos, pero el agente no estaba de humor para fans. «¡Lárgate, he dicho». Cynthia rompió en lágrimas. La impresión de haber perdido al ídolo de su vida y una hora de cola no le dejaban margen para brusquedades. «¡Gilipollas!», le gritó resentida Emilia. «¡Sí, soy un gilipollas, pero muévete!».
La familia del cantante se había reunido ayer con la Policía para planear los detalles de un funeral que, según el diario local, se desarrollará en los alrededores de la ciudad que le vio morir. Aún no se sabe si será un acto público o privado, pero lo que es seguro es que mucho de estos fans dispuestos a besar tras sus pisadas querrán seguirle hasta el último adiós.