Los reformistas naufragan sin carisma
El puño de hierro del régimen y la falta de un líder comparable a Jomeini desactivan las protestas más importantes desde la revolución de 1979
| ENVIADO ESPECIAL. ISLAMABAD Actualizado: GuardarTeherán es un planeta dentro del cosmos iraní. Cuando la capital ruge, el país se estremece. Una ley marcial oficiosa rige en las ciudades más importantes y ha logrado acallar las protestas de la oposición cumpliendo a rajatabla con la orden del líder supremo, Alí Jamenéi, de dar una «respuesta firme» a las marchas que no cuenten con el permiso del Ministerio del Interior. Un ejército formado por la Guardia Revolucionaria y la milicia voluntaria del Basij vela por la seguridad de los principios revolucionarios y contra ellos, poco o nada puede hacer una ola verde tan voluntariosa como carente de liderazgo.
Desde que el pasado 13 de junio se conociera la abrumadora victoria de Mahmud Ahmadineyad en las elecciones presidenciales (con más de once millones de votos de diferencia respecto al resto de candidatos), una parte de la sociedad iraní se sintió engañada y se echó a las calles como nunca lo había hecho en los treinta años de historia del sistema. Esas imágenes de rabia, disturbios y violencia callejera hicieron recordar a los veteranos del lugar lo sucedido en 1979, cuando el pueblo se movilizó de forma masiva para echar del país al sha. Las comparaciones resultan inevitables, pero los dos movimientos tienen poco que ver.
En el Irán del sha, los grupos sociales y religiosos, desde los comunistas convencidos hasta los fundamentalistas islámicos, remaron en la misma dirección con el objetivo único de derrocar a una monarquía impuesta por Estados Unidos. Todos confiaron en el liderazgo y carisma del imán Jomeini y el 16 de enero de 1979, después de casi un año revueltas, Reza Pahlevi abandonó el país. La primera prueba de fuego para el joven sistema fue la guerra con Irak en la que Jomeini fue capaz de movilizar una auténtica oleada de mártires dispuestos a entregar su vida. Un despliegue espectacular que conmovió al mundo.
Diecisiete manifestantes han muerto en las calles del país según las autoridades, hasta 150 de acuerdo con otras fuentes no oficiales. Cientos de heridos se recuperan en los hospitales y cientos de detenidos se encuentran en un limbo judicial que, para el clérigo Ahmed Jatamí, debería solucionarse «aplicando la máxima pena» para dar ejemplo claro de lo que les espera a quienes desafíen. La 'ola verde' tiene sus mártires, ha enseñado los dientes, pero carece de un imán Jomeini capaz de movilizar a la gente para morir por sus ideas y adolece también de falta de motivaciones nacionalistas o cohesionadoras como las que hace treinta años hicieron luchar al país por acabar con un dirigente colocado a dedo por las potencias extranjeras. La única petición de los manifestantes sigue siendo la repetición de los comicios. Una gran similitud con el 79 es que, como ocurriera entonces, aunque la mayor parte de los integrantes de este movimiento son gente joven, personas de todo el país y de toda condición social se han unido para denunciar lo que consideran una especie de golpe de Estado por parte de los sectores más conservadores.
Norte y sur
Más allá del norte rico y acomodado de Teherán, ciudades como Tabriz, Isfahán, Shiraz o Mashad han sido también escenario de graves disturbios, lo que rompe el tópico del Irán rural entregado a las ideas de Ahmadineyad. La política exterior es uno de los puntos de debate entre los sectores conservadores y reformistas del país. Aunque el presidente estadounidense asegurara que «lo mismo da Ahmadineyad que Musaví», lo cierto es que el debate entre el aislamiento y la apertura se ha trasladado a las calles y las autoridades lo han zanjado por la vía represiva. Porque lo que se dirime son formas diferentes de ver la vida.
El modelo que durante tres décadas Irán ha probado y exportado a Líbano a través de Hezbolá, o más recientemente a los territorios palestinos con Hamás, ha asentado sus bases durante los primeros cuatro años de Ahmadineyad en el poder y espera consolidarse en este segundo mandato. El problema es que parte de la sociedad iraní no está preparada para este cambio. La otra parte, sin embargo, tiene bien interiorizada la doctrina y defenderá a muerte el sistema.