Un soldado norteamericano apunta con su arma a un niño durante el reparto de ayuda humanitaria. / AFP
MUNDO

Prueba de madurez para el Ejército iraquí

La insurgencia aprovecha la inminente salida de las ciudades de las tropas de EE UU para resucitar el terror

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Unos quieren marcharse. Los otros desean que se vayan. Por lo tanto es inevitable que las tropas estadounidenses desplegadas en Irak se retiren más pronto que tarde. Y comienzan el martes, primera de las fechas clave establecidas el pasado 13 de diciembre por el aún presidente norteamericano, George W. Bush, y el primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki, y adelantadas en cierta medida por Barack Obama al llegar a la Casa Blanca.

Ese día, es decir dentro de 48 horas, los 133.000 soldados de las barras y estrellas no embarcarán de regreso a casa. Eso ocurrirá más tarde, pero sí abandonarán las ciudades para recluirse en sus bases, situadas a las afueras de las grandes urbes, lejos de los ciudadanos. Un alivio para unos y otros. Luego, en agosto de 2010 saldrán para Wyoming u Oklahoma 80.000 uniformados. Quedarán 50.000 en puestos de entrenamiento y asesoría. Éstos se irán a finales de 2011. «Ya nos estamos retirando», era la frase más utilizada ayer en los cuarteles y campamentos. Un anhelo que comienza a hacerse realidad. Atrás dejarán la cruel estadística. Y los cadáveres de unos 4.300 compatriotas. Se marchan sin haber ganado la guerra declarada en las Azores. No hay vencedor. Pero sí perdedores: los iraquíes, sobre todo civiles. Su número de víctimas jamás se determinará, aunque la organización independiente Iraq Body Count las sitúa entre 92.000 y 101.000. Desde ahora, el 30 de junio será fiesta nacional en el país. ¿Por qué? Sencillamente porque para la mayoría de la población, atormentada por el colapso de la sociedad civil tras la invasión de 2003 que acabó con el régimen de Sadam Hussein y humillada por seis años de ocupación extranjera, la marcha de los invasores es un buen motivo de celebración. El Gobierno ha declarado la jornada como festiva en todo el territorio nacional para celebrar el inicio del repliegue. Los afortunados iraquíes que tienen un empleo no deberán acudir a cumplir su jornada laboral. Los estudiantes tampoco estarán obligados a ir a clase e incluso los exámenes finales del año académico han sido retrasados. Actos y celebraciones darán color a una jornada que recupera la identidad de toda una nación.

Pero no todos están de acuerdo con que el Ejército americano comience a desandar el camino. Los terroristas, más o menos agrupados bajo esa franquicia llamada Al-Qaida, quieren allí a los estadounidenses. Su presencia entre el Tigris y el Éufrates justifica su actividad asesina, sus baños de sangre en nombre de esa enferma causa que lo mismo anida en la ribera del Bidasoa, en las selvas de Colombia o Filipinas o las sabanas del África subsahariana. Y para ello protestan, de la única manera que saben hacerlo. A golpe de bomba, montada lo mismo en una coche que en una moto o hasta en inocentes pollinos. Irak vive un repunte de actividad violenta. En la última semana se ha segado la vida de casi dos centenares de personas, da igual en su versión de mercader de abastos, viandante desafortunado o niño sólo culpable de haber hecho coincidir su juego con una deflagración.

Y tampoco están dispuestos a decir adiós los otros uniformados, los soldados iraquíes que sustituirán a los del Pentágono en el control y el mantenimiento del orden en las dieciocho provincias. Los políticos iraquíes saludan la programada retirada, pero los militares confiesan que no están preparados para derrotar a la insurgencia.