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Sociedad

Ayer y hoy

ENRIQUE PORTOCARRERO
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E s un gran privilegio, sin duda, el volver a reencontrar algunas de aquellas grandes obras maestras de la colección Guggenheim, cuya presencia en Bilbao abrió en la Sala Rekalde, hace ya casi una década y media, la estela de esa realidad que es ahora el Museo Guggenheim Bilbao. Un enorme privilegio, insisto, porque las obras no sólo jalonan con altura y calidad buena parte de la historia moderna del arte, sino que encima lo hacen vinculando y entrelazando en su discurso expositivo los gustos y las vicisitudes de los mecenas y coleccionistas que hicieron posible un fondo excepcional.

Esto último supone, además, una forma inteligente y novedosa de contemplar obras ya bien conocidas, superando esa tediosa repetición que aflige usualmente las revisiones de exposiciones permanentes. Obviamente, desde el impresionismo al expresionismo o desde el constructivismo al surrealismo, las diferentes piezas colgadas en esta muestra ofrecen destellos plásticos de gran altura, lo mismo que relatan un proceso continuo de abstracción formal, un desplazamiento creativo de las vanguardias de Europa a América o una raíz fundamental para explicar la contemporaneidad del arte.

Esto mismo se puede contemplar también en la última sala de la muestra, la 302, donde se exponen fotografías y vídeo-instalaciones contemporáneas que han sido donadas por la Fundación Bohen. Seguramente, esta parte rompe la linealidad histórica de la muestra, si bien el discurso coleccionista permanece, las raíces subliminales de las vanguardias siguen en ellas intactas y encima su efectismo es ciertamente magnético. Nada que objetar, sino todo lo contrario, a este completo disfrute del arte de ayer y de hoy.