Buena mano
Actualizado: GuardarEscuchar a alguien hablar de pesca es para mí todo lujo y una fuente de inspiración. El otro día asistí en vivo a la rememoración por parte de unos coleguitas de una noche de pesca en La Punta.
Primero, el rito de los preparativos: la carná, las cañas, el tapeíto para hacer más amena la larga noche, la cervecita, el vino y, cómo no, el cubateo.
Luego, las sucesivas anécdotas sobre las hazañas de la noche: que si un salmonete de dos kilos, que si un robalo de tres, que si una dorada enorme que en el último momento se desenganchó por culpa de éste, que con el morazo se tiró al agua para intentar cogerla, y se le escapó al carajote... Les pregunto si vieron la dorada, y me dicen con toda la cara del mundo que «en verdad no, pero eso se nota, en cómo jala de la caña, en la tensión de la tanza...» Total, que cuando una llega a la pregunta crucial: «¿Y qué cogisteis?», la respuesta es la de siempre: «Dos mojarritas chicas».
Y me tengo que reír porque, después de haberse gastado un pastón en los avíos, botellas de ron y whisky incluidas, después de haber cogido una humedad de órdago, después de una noche en vela, después de haberse tenido que poner betadine en las piernas debido al carajazo que metió en los bloques cuando se tiró al agua a por la dorada... Después de todo eso, al final la recompensa no da ni para repartírsela. Y te dicen que por lo menos se lo pasaron bien, echaron la nochecita, y eso es suficiente. Pero a la vez, te reconoce uno de ellos, al oído, sin que nadie lo escuche: «Aunque si a mí me pagaran por esto, te juro que no lo haría. Si esto fuera un trabajo, ni de coña...»