La ira de los hijos de la revolución
Una nueva generación de jóvenes nacidos tras la implantación de la República Islámica desbordan las calles encolerizados por el pucherazo electoral
| ENVIADO ESPECIAL. TEHERÁNActualizado:Sábado 8 de junio. Diez de la noche. Mahmud Ahmadineyad gana las elecciones por mayoría absoluta. Alí y su hermana se despegan del televisor sin poder creerse las cifras oficiales. Se rumorea que Mir Husein Musaví está bajo arresto domiciliario. Por las ventanas se cuela el sonido de las bocinas en la calle Valiasr y los gritos de «muerte al dictador». Confundidos y enfadados bajan al portal y se encuentran allí al resto del vecindario. De pronto un grupo con pañuelos verdes en las caras comienza a gritar y a intentar parar el tráfico. Es el inicio de dos noches de violencia callejera en la capital iraní.
«Hemos crecido viendo esas imágenes en los medios. Niños y jóvenes palestinos enfrentándose a tanques y fuerzas de seguridad israelíes con piedras y barricadas. Esto duró sólo dos días, pero por momentos nos sentíamos en plena intifada contra el Gobierno». Zahra, nombre ficticio de una joven de 24 años, salió a la calle como otros miles de personas que durante 48 horas convirtieron Teherán en un campo de batalla contra unas fuerzas de seguridad que tuvieron que recurrir a los voluntarios de la milicia islámica del Basij para acabar con los disturbios. La noche del sábado, instantes después de que el Ministerio de Interior anunciara la victoria de Ahmadineyad con veinticuatro millones de votos, la violencia se expandió rápidamente por las calles.
«No he visto nada igual en treinta años», recuerda Zahra que clamaba eufórico un anciano mientras un grupo de encapuchados pasaba de los gritos a cruzar un contenedor en plena calle Valiasr y después le prendía fuego. No hay balance oficial de daños, pero el mobiliario urbano de Teherán, entidades bancarias y autobuses fueron objeto de actos de una lucha callejera que las arterias de la capital no veían desde 1979, cuando otra generación de jóvenes se lanzó al derrocamiento del sha. Hoy muchos de aquellos jóvenes controlan la República Islámica.
«Fue absolutamente espontáneo. Lucha por barrios, por calles y en pequeños grupos. La clave fue que conocíamos muy bien el lugar y cada vez que se acercaba la Policía sabíamos cómo escapar. Lógicamente no buscábamos el enfrentamiento directo, sólo generar cuantos más problemas mejor. Después subíamos a las azoteas y de una a otra escapábamos del lugar para volver en cuanto ellos se iban», confiesa Alí, que desde hace una semana se dedica en cuerpo y alma a las manifestaciones reformistas. «¿Armas? Nada de nada, sólo gasolina de los coches y motos, y piedras. Las armas las usaban ellos como se pudo ver en la plaza Azadi», afirma en referencia al tiroteo que acabó con la vida de al menos siete manifestantes.
Respuesta a un engaño
La respuesta violenta fue la primera reacción de una masa de votantes reformistas mayoritariamente jóvenes que se sintieron engañados con el recuento oficial. El corte de las comunicaciones, la detención de los líderes reformistas, el cierre de sus páginas web, ayudaron a sembrar el caos entre estos hijos de la revolución islámica, que por primera vez rompieron el férreo control de las autoridades.
Pero dos días después, tras la primera aparición pública de su líder, Mir Husein Musaví, atendieron su llamamiento a la calma y desde entonces apenas se han registrado incidentes. Las protestas entraron en una segunda fase pacífica. Pese a no contar con el permiso de Interior, cada día se repiten estas marchas en las que los líderes reformistas han logrado aplacar los ánimos de esta mayoría silenciosa.
«No teníamos teléfono, no sabíamos lo que ocurría en el resto de la ciudad. Pero había algunas personas que en motos recorrían los barrios y nos informaban de que Teherán entera estaba en lucha. Eso nos daba coraje para seguir en las calles», asegura Alí.
El Ministerio de Interior no tardó en tomar cartas en el asunto. Las fuerzas especiales y los antidisturbios -algunos de la Policía, otros de la Guardia Revolucionaria- se emplearon con contundencia en la disolución de protestas y detuvieron al menos a doscientas personas. Con el paso de los días las autoridades informaron también del apresamiento de los presuntos cabecillas de la violencia callejera a los que les interceptaron «armas, municiones y material para la fabricación de explosivos». Finalmente el jueves, el responsable de Inteligencia, Gholam Hossein Mohseni Ejeii, anunció que los «treinta cabecillas de las revueltas» estaban entre rejas.
Los jóvenes consultados por este periódico aseguran que carecían de órdenes, estructura alguna y mucho menos de jefes que lideraran el movimiento. «Precisamente eso es lo que faltaba, un poco de orden. Fue tan espontáneo, tan a la iraní, que sorprendió hasta a las propias autoridades. No podíamos comunicarnos para coordinar algo conjunto porque no había líneas, fue todo improvisado», asegura Alí.
Desde el cuartel general de Musaví, algunos de los responsables de la campaña seguían con preocupación los brotes de violencia y repetían una y otra vez que ese no era el camino. «Esto es lo que buscan algunos para mostrarnos al mundo como unos violentos. Nos llegan denuncias de que elementos del Basij están provocando a la gente para crear problemas, pero esto no es así y lo vamos a cortar», describen. Con el paso del tiempo, sus teléfonos dejaron de funcionar. La intervención de las comunicaciones y el trabajo de la ciberpolicía para intentar detener el flujo de imágenes y vídeos vía Internet no lograron, sin embargo, frenar la puesta en marcha de una segunda fase de protestas, esta vez convertidas en marchas pacíficas.
«Llegaron al barrio en motos y con palos y rompieron los cristales de decenas de coches». Ahmed, licenciado en Ingeniería, vio con sus propios ojos cómo un escuadrón de paramilitares causó serios destrozos a una treintena de vehículos en el barrio de Sobhan, zona donde residen numerosos parlamentarios. El portavoz de la cámara, Alí Lariyani, elevó una queja formal por lo sucedido, pero apenas ha trascendido.
«El enfado de la población es más que comprensible. Estamos en mitad de un juego político muy marcado por el cambio de circunstancias globales. Si Irán no acepta el cambio, la situación será catastrófica. No creo que Musaví dé marcha atrás, no tiene otro remedio que cumplir sus promesas y el sistema debe darse cuenta de que el reformismo es ahora la única salvación. La República Islámica se encuentra en grave peligro», opina el analista político.