La verdad desnuda
Actualizado: GuardarE n un país donde tantas veces se ha pervertido el sentido de las palabras, la conmovedora intervención de la viuda de Eduardo Puelles al finalizar la manifestación contra el asesinato de su marido tuvo el valor de despojar de cualquier significado añadido, de cualquier interpretación elaborada sobre lo que pretende ETA cada vez que mata, a lo que únicamente ha sido un crimen despreciable. Otras mujeres han relatado antes que ella y desde su inagotable dolor la verdad desnuda por la que los terroristas son tan sólo asesinos impermeables a la piedad. Pero que Paqui Hernández prometiera ayer ante la ciudadanía que la escuchaba en las calles de Bilbao que no piensa rendirse en su sufrimiento y que no va a permitir que quienes han destrozado su vida y la de sus dos hijos la vean llorar constituye un gesto de rebeldía tan esencial que no sólo compromete a aquellos que ayer acudieron a la manifestación convocada por el Gobierno de Patxi López. Contenía un llamamiento implícito a los vascos que dan ya por amortizado el problema de la violencia y que aguardan a que acabe sin haberse sentido nunca interpelados a contribuir, de una manera u otra, a ese final.
La desaparición definitiva de la organización terrorista no sólo tropieza con su obcecación en continuar asesinando. También con la indiferencia difusa de todos aquellos ciudadanos que, sin compartir y rechazando la violencia de ETA, siguen contemplando su espiral de muerte desde la lejanía del que no lo siente como algo propio; como algo fundamentalmente suyo, de todos. Que el lehendakari López haya identificado a Eduardo Puelles como «uno de los nuestros» no debería aceptarse simplemente como una reivindicación de la condición de vasco del agente frente a quienes, desde su fanatismo irreductible, sólo son capaces de verlo como un enemigo exterminado más. Interiorizar que todas las víctimas son nuestras exige asumir que no es posible permanecer impasible o distante hacia su sufrimiento, hacia la verdad desnuda que ayer gritó la viuda de Puelles. Pero implica asumir, asimismo, que los asesinos son también vascos como nosotros, que ellos y sus cómplices forman parte del tejido social común. Que ETA, en definitiva, supone una tragedia colectiva que no es posible sortear ya como si se tratara de una maldición irremediable que sólo sobrecoge cuando asesina. ETA está aunque no mate. Por eso Paqui Hernández no quiere darles la victoria de que la vean llorar.