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CALLE PORVERA

Siempre hubo clases

ALMUDENA DOÑA admontalvo@lavozdigital.es
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Todo el que tenga dos dedos de frente sabrá a ciencia cierta que lo peor que uno puede hacer es darle pábulo a los fanáticos. Ellos proliferan en la sociedad, en todos los ámbitos posibles, y como la Real Academia de la Lengua los define se caracterizan por defender «desmesurada y ciegamente» creencias u opiniones. A mí personalmente me dan una pereza terrible, pues pienso que a veces ni ellos mismos se creen sus propios argumentos (el 99% más bien carece de cualquier tipo de razonamiento lógico) y simplemente se dejan llevar como la ovejita en su rebaño, e incluso según en qué contexto resultan hasta inofensivos y dignos de conmiseración.

Sin embargo, todo cambia cuando las presuntas ideas y las divagaciones absurdas de los fanáticos son alentadas por cargos públicos, personajes ilustres o gentes con algún tipo de responsabilidad social que, quizá por el simple hecho de conseguir la simpatía incondicional de unos pocos (enorme torpeza) abandonan esa premisa de responsabilidad imprescindible para la labor que desarrollan. Son personas que sustentan un cargo porque han sido elegidas para ello, y muchas veces extralimitan sus competencias y sus obligaciones sacando los pies del tiesto y echando más leña al fuego de la estupidez humana. Dar ejemplo parece no estar entre sus prioridades, cuando es la base para generar la confianza entre los ciudadanos.

Que existe una rivalidad entre las ciudades de Jerez y Cádiz no es ningún secreto, pero no creo que contribuya a mejorar las relaciones (algo que debería ser objetivo de las personas públicas) realizar declaraciones que caldeen aún más los ánimos. Ésos, los que están acostumbrados a hacer tal cosa, tienden a generalizar y a utilizar palabras como «pueblo» a modo de insulto, con lo que demuestran su falta de inteligencia y originalidad, provocando únicamente la sorna de los que están por encima de esas cosas.