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«Un policía hecho a sí mismo»
Compañeros del inspector asesinado le describen como un «currante», que con «sacrificio» ascendió desde la escala básica
| BILBAO Actualizado: Guardar«Era un chaval de Bilbao de toda la vida, que se metió en esto de casualidad; un tío normal, currante al que le gustaba lo que hacía». Así describía ayer a Eduardo Puelles García, inspector de la Brigada de Información del Cuerpo Nacional de Policía en la capital vizcaína, uno de sus subordinados -él era jefe de grupo-, poco después de que ETA le asesinara con una bomba-lapa colocada a traición debajo del depósito de gasolina de su vehículo. Hace sólo un mes le habían asignado al grupo de vigilancias especiales, que se dedica precisamente al seguimiento de etarras, los mismos que le mataron. En los últimos años, Puelles participó en la detención de unos 70 miembros de ETA y la desarticulación, entre otros del 'comando Vizcaya' en 2004, según informó la Dirección General de la Policía. Precisamente, las fuerzas de seguridad sospechan que una parte del reconstituido 'complejo Vizcaya' puede estar detrás de este nuevo crimen.
Puelles, casado con Paqui y padre de dos jóvenes de 16 y 21 años, el mayor de los cuales ha solicitado su ingreso en el cuerpo, se licenció como policía nacional en la promoción de octubre de 1982, y un año después empezó a trabajar en la comisaría de Indautxu, donde ha estado destinado siempre, primero como investigador de Policía Judicial y después, durante 16 años, en la lucha antiterrorista. En 2002 aprobó la oposición a inspector y hace un mes se presentó al examen de acceso a inspector jefe, último rango antes del de comisario. Ahora, estaba pendiente de conocer la nota.
Sus compañeros en la Jefatura de Bilbao, «desbordados» por el atentado, destacaban de él que «era un hombre hecho a sí mismo. De policía de base, había pasado por todas las categorías profesionales y había ido ascendiendo con mucho esfuerzo y sacrificio hasta convertirse en inspector con sólo 49 años». «Pocos llegan, él había hecho un carrerón», apuntaba José María Benito, portavoz del Sindicato Unificado de Policía (SUP), al que estaba afiliado. «Era un buen jefe, un buen compañero, dedicado al trabajo y a su familia, una persona normal, de la que no se puede decir nada malo».
Hijo de emigrantes castellanos -su padre era de Valladolid y su madre de Burgos-, nació en Baracaldo. Era el mayor de cuatro hermanos, Arantza, Mitxel y Josu, que compartía profesión con él, sólo que uno vestía uniforme azul oscuro y el otro, rojo, como miembro de la Ertzaintza destinado en la comisaría de Basauri, donde se dedica a labores de investigación. «Físicamente son muy parecidos, tienen la misma cara, aunque Josu es seis años más joven», comentaba un conocido. Tras pasar su infancia en el barrio de Zorroza, cuando cumplió 12 años sus padres se trasladaron a La Peña, que limita con el término municipal de Arrigorriaga, donde durante un tiempo regentaron un bar. Recientemente, la familia Puelles ha llorado también la muerte del padre de Eduardo.
Como otros de sus hermanos, decidió comprar un piso en la calle Santa Isabel de La Peña junto a sus padres, e instalarse allí. «A todo el mundo le gustaría vivir en el puente de Deusto, pero no todos tenemos posibles. Además, ¿porqué tienes que cambiar de entorno, irte de donde has vivido desde niño, donde todo el mundo te conoce?», se preguntaba un colega que estuvo con él en la brigada antiterrorista. «No hay que olvidar nunca el origen», insistía. A él y al resto de policías les dolía ayer tener la certeza de que el «'chivato'» y la información que permitió a la banda segar la vida de Eduardo, procedía del propio barrio. Probablemente el delator ha compartido con él colegio, médico, cola en el supermercado y hasta euskaltegi. Eduardo sabía euskera.
«Miró debajo del coche»
Puelles intervino, por ejemplo, en las dos fases de la 'operación Tarbes', entre febrero y abril de 2003, que acabó con el aparato de captación de ETA en Euskadi y Navarra. También participó en el arresto de números jóvenes implicados en actos de 'kale borroka'.
«Estoy seguro de que ha mirado debajo del coche, pero la bomba era difícil de ver donde se la habían colocado». Quien habla había intercambiado impresiones recientemente con Eduardo sobre la larga temporada sin atentados con sangre. Ambos habían coincidido en que se trataba sólo de un espejismo y que no había que bajar la guardia.
El 'Megane' que quedó reducido a cenizas tras la explosión con Eduardo en su interior, era un coche oficial de los que la Policía mantiene mediante renting y que asigna a algunos mandos. Su vehículo privado estaba aparcado en su parcela de garaje. La bomba-lapa estaba situada en la parte trasera derecha del turismo, en un punto «poco visible», según las primeras investigaciones.
«Se te incrusta algo en el estómago. Es duro conocer a alguien y que le maten, vivir algo así te marca», confesaba un joven agente. Pese a sumar el número 190 entre los policías nacionales asesinados por ETA en los últimos años, la muerte de Eduardo «sorprendió» a sus compañeros, muchos de los cuales ayer preferían callar. «Llevo en Bilbao desde el 74, imagínate lo que me ha tocado vivir, en más de una ocasión me he tenido que amortajar a un compañero, no me gusta hablar de esto», admitía un policía veterano.