editorial

Vileza terrorista

Los terroristas volvieron a recurrir a la bomba lapa para arrebatar la vida al inspector de la Brigada de Información de Bilbao Eduardo Puelles García

MADRID Actualizado: Guardar
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ETA confirmó ayer, una vez más, que la única voluntad que alberga es la de proseguir con su enloquecida trayectoria de muerte y destrucción. Los terroristas volvieron a recurrir a la bomba lapa para arrebatar la vida al inspector de la Brigada de Información de Bilbao Eduardo Puelles García, un vasco de Barakaldo, casado y con dos hijos, que sufrió una dramática agonía antes de que los etarras lograran consumar su despiadado objetivo. Los gritos desesperados de la víctima cuando el artefacto hizo explosión y el incomparable dolor de la viuda al reconocer su cuerpo calcinado confieren una singular vileza a este atentado, que ha segado de cuajo las expectativas vitales de un hombre dedicado a proteger la seguridad de sus conciudadanos.

Eduardo Puelles había asumido una responsabilidad profesional que llevaba aparejada una amenaza de muerte y un impagable compromiso personal, moral, para impedir que la dictadura del terror se impusiera al Estado de Derecho. Aun cuando ETA mantenga su mortífera capacidad para sobrecoger a la sociedad, es obvio que ha sido derrotada ya en su intento de subvertir las instituciones y someterlas a la ley del asesinato, la coacción y el silencio. Pero si eso ha sido posible ha sido gracias a la entrega de servidores públicos como Eduardo Puelles y a la preocupación callada de su familia, que desde ahora deberá aprender forzosamente a convivir con su ausencia y que precisará del cariño, la cercanía y el arropamiento que tantas veces echaron en falta quienes en el pasado también vieron rota su vida por defender la de los demás.

El lehendakari López reaccionó ante el primer atentado mortal perpetrado por ETA bajo su mandato subrayando que la víctima era “uno de los nuestros”, un explícito mensaje de empatía que define la voluntad del nuevo Ejecutivo por rearmar el discurso institucional frente a los violentos y las intolerables consecuencias de sus actos. Que López se sintiera en la necesidad de identificar a Eduardo Puelles como lo que había sido siempre, un ciudadano vasco, asesinado ayer por otros vascos que seguramente recopilaron los detalles que facilitaron el atentado en el entorno vecinal del agente, refleja hasta qué punto quedan obstáculos por remover en la lucha antiterrorista más allá de la imprescindible eficacia del Estado de Derecho.

Un rearme institucional que aún es más perentorio ante la brutal amenaza que lleva implícita este atentado por la condición de la víctima –que se extiende a la de su hermano ertzaina- y por la progresiva legitimación que la labor de las fuerzas y cuerpos de seguridad ha ido ganándose en la sociedad vasca. Supondría un injusto reduccionismo interpretar el asesinato de Arrigorriaga como la constatación de que ETA está dispuesta a cumplir sus advertencias contra el nuevo Gobierno vasco. Porque si algo demuestra este atentado, que ha coincidido además con el aniversario de la masacre de Hipercor, es que los terroristas no se han descabalgado de su estrategia homicida en todos estos años, ni han interiorizado aún que la única salida que se les ofrece es la de la rendición incondicional.

Esta constatación sólo puede dar lugar ya a una respuesta por parte de la democracia, y es la de acortar el final definitivo del terrorismo mediante la aplicación sin descanso y sin resquicios de la persecución policial y judicial contra quienes se aferran al uso de las armas. La reafirmación del presidente Rodríguez Zapatero en su “firmeza inquebrantable” frente a ETA y la unidad exhibida por todas las fuerzas políticas adquirirán su sentido más pleno y eficaz si apuntalan la convicción de que es posible derrotar a ETA por la simple superioridad del Estado de Derecho. Cualquier fisura en ese convencimiento alimenta hoy por hoy las expectativas fantasmales de una izquierda abertzale que no debería seguir siendo interpelada por su supuesta impotencia ante ETA, sino directamente apuntada por su connivencia expresa o muda con asesinatos como el de Eduardo Puelles. Insistir en los baldíos llamamientos a la clandestina Batasuna vulnera la memoria de la víctima y recrea espejismos frustrados por la realidad de las bombas.

Los éxitos de la lucha antiterrorista labrados por agentes como Puelles, la acción de jueces y tribunales y la colaboración internacional han convertido en algo verosímil y, en cierto modo, inminente la derrota definitiva de ETA. Pero también han inducido en la ciudadanía la convicción de que no ha de cumplir otro papel que esperar el final de la banda terrorista. Nada más lejos de las necesidades de la democracia y de la libertad. Es cierto que el mito de la imbatibilidad de ETA cayó por tierra hace ya tiempo.

Pero es imprescindible que sea la sociedad vasca la que protagonice el combate final y la liquidación absoluta de la organización terrorista. Máxime cuando ETA persiste en su afán por acabar con la vida de quienes ha señalado como enemigos. El Gobierno vasco ha convocado hoy en Bilbao una manifestación contra el último asesinato, de reconocimiento de la deuda contraída por la sociedad con la víctima y de compromiso colectivo para acabar con el terror. Cada vasco debe preguntarse en conciencia si realmente tiene esta tarde algo más importante que hacer que acudir a esa marcha.