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ASÍ LO VEO

Lo paradigmático debiera ser su inexistencia

FERNANDO SICRE GILABERT
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La mejor empresa pública es la que no existe. En España pero sobre todo en Cádiz de empresas públicas sabemos. Desgraciadamente sus efectos perversos y devastadores sobre la sociedad en un territorio como el europeo, que es un mercado por antonomasia, siguen siendo patentes y palpables. Muchos no sólo las añoran, sino que pretenden su vuelta otra vez. Entraba en Cádiz por la Avda desde el Puente y me crucé con el gentío, pancarta incluida que decía «no privatización, sí absorción». Lo de siempre, sobre todo por aquí, cuando son trabajadores de empresas concesionarias de servicios públicos. Lo curioso a la vez que preocupante, es que esto a partir de Despeñaperros no ocurre.

En sus albores, el INI tiene un origen marcadamente militar. Finalizados los 50, el INI se transformó en un instrumento de política económica industrial, en el intento entonces se invertir la situación de la Balanza Comercial española, posibilitando las exportaciones y bajando el nivel de las importaciones. Después de los Pactos de la Moncloa, se entendió que su destino era la privatización de todas las empresas que lo componían. Prácticamente el proceso de vuelta al sistema capitalista de mercado culmina con la expiración de Rodrigo Rato. Se había hecho sin más, lo que había que hacer, y además nadie, salvo cuatro nostálgicos reivindicó su retorno. Pero auspiciado por otros entes territoriales, las Comunidades Autónomas e incluso ciertos Ayuntamientos. Un ejemplo de lo que no debe ser, las empresas públicas o el intento claro y evidente de la socialización de las pérdidas. Pérdidas por otra parte astronómicas, este año superaran con creces los 1000 millones de euros. A pesar de los pesares, el mercado sigue constituyendo un buen mecanismo para organizar la actividad económica. A su vez, el mercado encuentra su acomodo natural en el sistema capitalista. Esta semana caía un símbolo de éste, General Motors. Se había convertido en mero símbolo, algo así como un fantasma que deambula por todas partes, hasta que ha sido cazado por los entresijos de la legislación concursal. Ni mucho menos representaba en los últimos tiempos el paradigma de la empresa capitalista. Tampoco lo era el poder sindical en ella instalado. Soportaba el coste del Estado del Bienestar, no sólo de sus empleados, sino también de los familiares de estos, tanto ascendientes como descendientes. Apostillo un último desliz de la empresa de carácter social, supongo que por imperativo sindical, el gasto en viagra de 17 millones $. La susodicha empresa no puede considerarse el fracaso del capitalismo. Por eso hay que exigir al legislador español un esfuerzo para mejorar el marco normativo e institucional en el que se desenvuelve y se desarrolla la actividad empresarial. Hay que aminorar el hartazgo que supone la absurda burocracia española. Fomentar la unidad de mercado, lo que exige construir de paso un racional, a la vez que eficiente Estado de las Autonomías. Flexibilizar las relaciones laborales y disponer de un sistema impositivo que prime e incentive la actividad empresarial. Porque que no se nos olvide, tal como lo viene diciendo Thomas Donohuse, Presidente de las Cámaras de Comercio USA, no será la expansión del gasto público promovida por el gobierno quien nos sacará de la crisis, sino un mayor número de pequeñas y medianas empresas.