MUNDO

Huéspedes incómodos

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L a decisión de Obama de cerrar Guantánamo genera un problema de inseguridad tanto para los posibles países receptores de los presos, como para el ámbito mundial. A ojos de los europeos, no faltan razones para rechazar el ofrecimiento de Washington de acoger a internos, dado que si fueran liberados directamente sobre suelo de alguno de los 28 países firmantes del acuerdo Schengen, el control de sus movimientos sería tarea casi imposible. Y si mediara un juicio en territorio de la Unión Europea, la situación sería la misma. Pues pocos -o más bien ninguno- ingresarían en prisión, ya que nuestras leyes invalidarían los procesos seguidos por ausencia de pruebas o por los métodos de interrogatorio empleados.

Pero poner en libertad a los presos será, sin duda alguna, publicitado por Bin Laden y Al-Qaida como un triunfo evidente. No sería visto como un gesto amistoso hacia el mundo musulmán, sino como una claudicación y el inicio del fin del imperio de un Obama al que ya llaman -al igual que muchos rusos- el Gorbachov americano. Y si alguno de los detenidos terminara en prisión, añadiría leña al fuego de los procesos de reclutamiento y radicalización yihadista emprendidos en las cárceles europeas, sobre todo en Alemania, Dinamarca y Reino Unido. Pero también en España, donde más del 10% de la población reclusa proviene de países islámicos. Mientras que países como Francia, con cuatro millones y medio de musulmanes, o Alemania, con más de tres millones, temen sufrir revueltas sociales. Al otro lado del Atlántico, ningún estado norteamericano quiere acoger a presos, ni siquiera en bases militares de máxima seguridad. Los temores son similares, incluyendo el peligro de desórdenes provocados por su propia población musulmana, que ya alcanza los seis millones de personas y que va creciendo rápidamente, incluso entre los latinos. En cuanto a su entrega a otros países, como Yemen, esta iniciativa podría llegar a poner en peligro la seguridad mundial. Al ser un tercio de los presos de origen yemení, si fueran liberados en su país inmediatamente se diluirían entre su ciudadanía, la segunda más importante de la península arábiga. Y lo harían en un Estado donde un fundamentalismo descontrolado puede suponer que no se disponga de una zona que permite sacar el petróleo de dicha península sorteando los cuellos de botella del estrecho de Ormuz y el canal de Suez, algo vital para la economía global.