Armario
Actualizado:E ntre hacer el amor con la persona que más quieres (o sea, contigo mismo, según Woody Allen) y lo que al parecer hacía David Carradine hay una distancia abismal. Lo de Carradine más que amor (hacia su propia persona) parece frenesí. Pero no hay que condenar al difunto David, presunta víctima de sus propios excesos, porque al fin y al cabo no ha hecho daño a nadie que no sea él. Y, por lo visto, tampoco conviene escandalizarse demasiado, pues según las estadísticas cada año mueren, sólo en Estados Unidos, unas mil personas por culpa de la autoasfixia erótica, ese 'deporte' de riesgo que vendría a ser algo así como el Dragón Khan del onanismo.
Mil personas no son nada comparadas con las que perecen por culpa del tráfico (conducir un automóvil es por cierto otro deporte de riesgo que está al alcance de cualquiera, es legal, no tiene mala prensa y debería servir para colmar las aspiraciones de cualquier adicto a las emociones fuertes). Pero mil personas son más de las que mueren anualmente en accidentes aéreos. Lo cual tal vez debería hacernos reflexionar. O al menos llevarnos a buscar las cajas negras; es decir, el origen sociológico de tanta excentricidad.
Lo verdaderamente paradójico es que ahora el mundo entero conoce las peligrosas aficiones sexuales de David Carradine sin que el actor haya tenido que salir del armario. El armario, antaño un mueble inocente donde únicamente se almacenaba la ropa, se ha convertido en los últimos tiempos en algo con más connotaciones eróticas que un sex-shop. Los famosos salen y entran de él con alegría pasmosa. Lo que sí se puede afirmar sobre Carradine es que, al contrario que su ex compañera de reparto Uma Thurman, y tantas otras estrellas hollywoodienses (entre ellas Woody Allen) llenas de manías, extravagancias y rarezas, al menos no sufría claustrofobia.