vuelta de hoja

El revés del telescopio

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Tenemos una admirable capacidad para sobreponernos a las desgracias de los otros. Si se incendia una guardería en China, el estremecimiento nos dura menos que el tiempo necesario que exige el consumo de un dry-martini, o de una botella de Jerez, entre dos amigos, que según algunos clásicos debe ser el mismo que quiere la lidia de un toro. No se miden por el mismo cronómetro la pena y el dolor. La pena nos impregna y se asemeja más a una mancha de humedad en el alma y el dolor pincha y puede ser superable. Una copla andaluza anónima ha sabido diferenciar las dos cosas: «Yo no canto por cantar ni por sentirme la voz. Canto pa que no se junten la pena con el dolor». La vicepresidenta segunda y ministra de Economía y Hacienda –demasiado para Elena– ha dicho que debemos prever que en 2010 haya unos 200.000 parados sin prestación alguna.

Ni poco ni mucho, sino nada. Nada de nada. Todos los que tenemos algo debemos afrontar con ánimo su situación.

La palabra egoísmo es la peor empleada. No conocemos a todos los habitantes del planeta, pero entre los que nos ha sido dado tratar, incluido al que somos, no hay nadie que no sea el más egoísta del mundo. Incluidos los que alcanzan la santidad, que son poco numerosos, aspiran a una revancha celeste, o bien cumplen un designio orgánico y son buenos por naturaleza. Sufrir por los otros es más infrecuente que lamentar su situación. ¿Cómo acostumbrarse a estar rodeados de personas que no tienen que comer? Alardeábamos de ser la octava potencia industrial y de la noche a la mañana de los tiempos nos ha cercado la miseria. Mirábamos el mundo globalizado por un telescopio al revés. Ahora los pobres están cerca y aumentan los delitos. Incluso los nuestros.