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Cartas

José

Isidoro Cobo.
| CádizActualizado:

Los vínculos que se establecen entre los médicos y los pacientes superan muchas veces lo estrictamente laboral: se produce una sintonía entre ellos, y de alguna manera se transfiere mutuamente parte de uno mismo al otro.

Este es el caso de mi paciente José, recientemente fallecido. No importa mucho su apellido, aunque sí su vida. Hombre serio y trabajador, respetado por su manera de proceder por ser cumplidor y honrado.

A pesar de la dureza de la vida, las cosas le iban aceptablemente hasta que, próxima ya su jubilación, su hija y sus tres nietecillos fueron abandonados por su yerno, y él se vio en la obligación, con casi setenta años, de empezar de nuevo, de ser el padre de familia y dedicarse a sacar adelante su propia casa y la de su hija.

La verdad es que esta situación no la llevaba bien mi buen José. Sufría y sufría por esta separación de unos hijos de su padre, y de una esposa de su marido. El palpaba el sufrimiento de su hija y nietos, y no lo entendía. No lo llegó a superar.

Su vida había dado un dramático giro, y él no la podía controlar. Atendía como mejor podía a sus nietos y los llevaba al colegio o les daba de comer o los acompañaba o los dormía mientras la madre trabajaba duramente, para salir adelante. Porque cuando las cosas comienzan a ponerse difíciles todos lo padecen: al perro flaco todo se le vuelven pulgas.

Conocí a José hace varios años, y reciente e inesperadamente ha fallecido, sufriendo, sin entender el porqué. El origen de sus problemas era la separación de su hija de su marido.

Nos insisten en que no pasa nada cuando un matrimonio se separa, pero nos engañan. Sufren los cónyuges, y los hijos, y los amigos. Y sufren muchas veces enormemente los familiares que ven cómo la vida le cambia a un hijo, porque su cónyuge decide que ya no lo quiere, que se ha cansado de él o que no son compatibles después de muchos años de vida juntos. Y ahí se queda tu hija con su vida truncada y con unos niños que sacar adelante; y él a lo suyo.

En más de una ocasión en mi vida me he encontrado con casos como el de José. En su memoria, y por el aprecio que siento por él y por todos los que son como él escribo estas líneas: José, no estabas equivocado. Siento no haberte podido quitar la pena con que has muerto, y espero que nuestras conversaciones hayan podido suavizar en algo tu tristeza. Son unos malvados los que juegan con la vida y los sentimientos de las personas, como si fuéramos cleenex de usar y tirar.

Tenías razón. Has luchado bien, y has sido un valiente. Dejas tras de ti la estela del amor por tu familia y la lucha interna de quien ve cómo la libertad humana es un misterio profundísimo, con el que se puede hacer mucho bien y mucho daño. Descansa en paz.