Zapatero pone a prueba en las urnas su respuesta ante la crisis económica
Los socialistas creen conjurado el peligro de una derrota contundente Aspiran a dar la puntilla al líder del PP con un resultado muy ajustado
| COLPISA. MADRID Actualizado: GuardarNo es que confíen en lograr la victoria. Los socialistas cuentan con que, en el mejor de los casos, su candidatura al Parlamento Europeo empatará en escaños con la del principal partido de la oposición, pero en la sede del partido, en la calle Ferraz, todo se relativiza. Se aferran a un hecho indiscutible: pase lo que pase, José Luis Rodríguez Zapatero seguirá siendo secretario general del PSOE y, por supuesto, presidente del Gobierno; es el liderazgo de su oponente, Mariano Rajoy, el que pende de un hilo. Las enormes expectativas creadas en torno a las posibilidades en las urnas del Partido Popular han terminado por jugar a su favor.
Hace apenas un mes eran pocos quienes apostaban por un resultado ajustado entre los componentes de ese grupo selecto que cada lunes se reúne con Zapatero en La Moncloa para discutir las cuestiones más relevantes del horizonte político: las vicepresidentas María Teresa Fernández de la Vega y Elena Salgado; el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba; el jefe de gabinete de Zapatero, José Enrique Serrano; el vicesecretario general del partido, José Blanco, y la secretaria de Organización, Leire Pajín.
En los ánimos pesaba la derrota gallega del 1 de marzo; un fracaso que Emilio Pérez Touriño echó sobre sus espaldas, espoleado por el propio Blanco, pero que muchos dirigentes socialistas atribuyeron, en buena parte, al desgaste que el Gobierno sufría ya por la crisis económica. Las europeas se veían entonces como un duro trago. Serán las últimas elecciones de ámbito nacional que se celebrarán en España de aquí a las municipales y autonómicas de 2011 y eso les confiere un significado especial porque se utilizarán para medir la temperatura al electorado.
La validez de los análisis es, en todo caso, relativa. Estos comicios han ido perdiendo interés para los ciudadanos con el paso de los años y la baja participación impide la extrapolación directa de sus resultados a las generales. Pero lo que sí cabe leer es la motivación de lo que uno de los expertos electorales del PSOE llama «las hinchadas» de los dos principales partidos, que serán el grueso de los que, según los cálculos de los estrategas de la campaña, irán a votar. Por eso los socialistas siempre pensaron que tenían todas las de perder. Su electorado tiende a ser menos fiel y más renuente a acercarse a los colegios electorales que el del PP y la situación económica no invita a la alegría.
La convicción de que ni siquiera el cuerpo central de sus votantes estaba movilizado llevó al partido gubernamental a diseñar una campaña maniquea y dirigida a las vísceras que planteó estos comicios como una lucha de unos buenos muy buenos -los socialdemócratas preocupados por el bienestar- contra unos malos muy malos -la derecha egocéntrica y egoísta, explotadora del trabajador-. Con ella, los responsables del comité electoral creen haber sido capaces de acortar suficientes distancias como para que quien esté en un aprieto sea Rajoy. Con ella, con un buen dato de paro hecho público este mismo lunes y con la noticia de que la confianza de los consumidores españoles ha mejorado en los últimos tres meses.
El examen de Pajín
Aún así, las cosas no han ido ni mucho menos como la seda para el equipo capitaneado por la novel Pajín. Zapatero se descolgó del 25% de los actos que se le habían organizado a apenas tres días de que empezara la campaña. El asunto parece menor, pero obligó a gestionar el descontento interno de quienes movilizaron sus territorios para recibir al gran líder y quedaron colgados de la brocha. Unos días después, la secretaria de Organización tomó la decisión de prescindir de quien había sido director de Comunicación del partido desde septiembre, Javier Manzano. Y, además, tuvo que enfrentarse a un PP determinado a dinamitar su estrategia con el asunto del Falcon de Zapatero. La cuestión hizo que muchos perdieran los nervios.
Alejado de este caos, el jefe del Ejecutivo decidió jugar sus cartas de otra manera. Primero, distanciándose de la campaña y centrándose en las labores del Gobierno, de las que, visto el impacto positivo del debate sobre el estado de la nación en la opinión pública, esperaba sacar muchos más réditos. Y, en el último momento, haciéndose responsable de los resultados para afianzar su posición interna. Fue un modo de decir, según fuentes de partido, que aunque la cosa no vaya directamente con él, es un «buen líder» que asume todo lo que concierne a su formación como propio.