Palabras y hechos
Actualizado: GuardarE l modo en que el presidente Obama intervino ayer en El Cairo constituyó una mezcla fantástica de relaciones públicas e inversión política. Aseguró al mundo musulmán que la gran potencia no está, ni quiere estar, ni estará en guerra con él, calcando la fórmula que utilizó en su discurso de aceptación como nuevo presidente de EE UU; e indicó abiertamente que, como prueba, se dispone a mediar, engrasar, dialogar, acercar y fomentar intereses comunes desde el respeto mutuo. La alocución, bajo la que se presume la mano de Jon Favreau -autor del citado texto de asunción del cargo- fue más un mensaje que un discurso, si se entiende que el primer sustantivo es más pedagógico y simbólico que el segundo, más prosaico y general. Del mensaje se deduce, en un orden práctico, que la nueva presidencia norteamericana cambia los parámetros de la precedente en la relación con los musulmanes, eliminando cualquier atisbo que lleve a incriminarles como colectivo.
Bajando a tierra y sin ofrecer muchos detalles -los que tal vez sí dio al rey saudí en la entrevista con él el miércoles en Riad-, Obama subrayó que se involucrará a fondo en lo que, mucho más que Afganistán o la culminación de la retirada en Irak, será la prueba de fuego del «nuevo comienzo»: Palestina. Por obra de muchos factores y a causa de la pertinaz resistencia nacional palestina tras la creación del Estado de Israel en 1948, el conflicto entre ambas comunidades se ha convertido en la piedra de toque para todo Gobierno norteamericano frente a la 'calle' musulmana y, específicamente y sobre todo, frente a los árabes.
El mensaje de El Cairo fue redondo, bien estructurado y -dejando de lado el incomprensible párrafo sobre la tolerancia en al-Andalus y la Inquisición, de imposible vinculación cronológica- solvente y útil. Pero tiene, como todos los discursos, la ventaja de que el papel todo lo resiste. La realidad será un poco más terca: Al-Qaida se mostrará un poco más agresiva si puede; los israelíes, un poco más recelosos; los islamistas, un poco más impacientes; y el público árabe, esperanzado pero también un poco más susceptible de ser decepcionado. Obama tiene un programa para el mundo musulmán y, como buen administrador, deberá cumplirlo. Corre un riesgo poniéndose el listón tan alto en un escenario tan inestable.