
Un pequeño fiasco
Actualizado: GuardarE stuvo torcido el ambiente con El Juli, que es de siempre pieza muy codiciada por los depredadores. Más que nadie. Por si se le había olvidado, se encargaron de recordárselo muy enseguidita. Se echaron encima los reventadores en cuanto El Juli trató sin mayor fe de domeñar el genio violento del primer toro. Al primer tapón, zurrapas. Regalito envenado del ganadero, que estaba de antemano en entredicho. Sólo cuatro toros de Victoriano del Río pasaron fielato. Borrón grueso en una Corrida de Beneficencia. El toro primero fue el único de Victoriano del Río que mató El Juli. De dos pinchazos al salto y estocada ladeada. No fue sencillo pasar con la espada porque el toro se mantuvo encampanado de manso hasta la hora del despacho. Pese a su genio, traducido en cabezazos, y en una falsa pelea de manso, hubo miaus en muchos embroques. Y el «¡Julián!» subrayado en tantos embroques con que en soniquete bufo lo lleva castigando un año y otro un anónimo espectador de grada de sol. Sin que nadie lo haga callar.
Ni a él ni al coro de burlas de la gran grillera, que hizo grandes estropicios, y carne con los nervios de Manzanares, y maltrató a Perera en cuanto pudo. A manos de Manzanares fue a parar el toro de la tarde, uno de los dos de Garcigrande que completaban corrida. El quinto. Retinto, hermoso, bien cortado, seriedad sobrada. Codicioso, descolgó con estilo, y con estilo metió la cara, humilló y repitió. Fue, además, toro muy noble. Manzanares abrió faena con una rumbosa trenza de toreo cambiado, que incluyó de guinda un cambio de mano por delante y, de postre, uno de pecho templadísimo, suntuoso. Esa guinda y ese postre iban a contar al cabo como el logro más redondo de una faena de sólo la convicción justa. En la elección de mano, tiempos y terrenos se dejaron notar los nervios de Manzanares. Cuando lo castigaron los censores, reaccionaron los partidarios. Ni eso bastó para encubrir la sensación de haber estado por debajo del toro.
Tomado estuvo el ambiente durante el juego de los cuatro toros restantes. Dos manejables de Victoriano del Río, tercero y sexto, pero con la cara arriba el uno y rebrincándose mucho el otro. Uno más de Del Río, segundo de la tarde, castigado con hirientes rechiflas por algunos. Desfondado el toro después de varas, descoordinada la embestida, latía un fondito noble. Pero no metía los riñones el toro, que se iba al suelo si se le obligaba. Manzanares dibujó una suave tanda con la derecha. Perera estuvo muy empeñoso con los dos de lote en faenas muy de su manera. Abierta con banderazos la primera, hasta seis sin rectificar; con el pase cambiado por detrás y a la distancia la otra, y abrochada con toreo por alto. Eso iba a ser marca de las dos faenas y no en el palo propio de Perera, del toreo por abajo, embraguetado y ligado. Sus defensores pudieron con los detractores, pero, casi volcado el ambiente, falló la espada, que trajo muerte lenta en los dos casos.
Con su resolución de siempre, El Julise dejó sentir en un saleroso quite por chicuelinas al toro de Garcigrande que hizo cuarto. Un toro que escarbó bastante y no descolgó nunca, de sólo regular fijeza y de moverse sin entregarse. Sin retórica El Juli, pero con el ambiente hirsuto y agrio a la contra desde el mismo arranque. Faena de severo dominio de la media altura con la mano izquierda, seca majeza en las transiciones y en el toreo a pies juntos. Y muchas ganas de acabar. Porque aquí lo quieren a El Juli muy poquito.