La mancha
Actualizado: GuardarLa niña era subnormal; nació así. La revelación expresiva de la falta de inteligencia apenas mermaba la hermosura de su rostro. Era la pequeña de la familia. Sus padres y hermanos la querían y mimaban muy especialmente. Los padres eran católicos y la religiosidad ocupaba un profundo lugar en sus vidas. La doctrina moral de la Iglesia era su norte ético. Aceptaron con mansedumbre y resignación el que Dios, en sus inescrutables designios, les hubiera deparado una hija subnormal que, por otra parte, era todo candor y dulzura; una fuente de amor en ambas direcciones que los convertía en mejores personas. La niña iba a un colegio de educación especial dirigido por monjas. Se le notaba que se sentía a gusto allí; era como la prolongación natural del hogar protector. A los doce años a la niña le vino la regla y se asustó mucho. Nada más cumplir los trece la dejaron embarazada. Hubo un escándalo en el colegio. La dirección, abochornada, reconoció que a veces era difícil controlar la hipersexualidad de estos ángeles y cargó con toda la culpa.
Los padres pidieron consejo al cura del colegio, que era también amigo y asesor espiritual de la familia. El sacerdote se mostró ambiguo y les dijo que en un caso así, tan excepcional, tal vez podría conseguir de la jerarquía una dispensa para un aborto. Tras muchas dudas, fueron fieles a sus conciencias y convicciones y decidieron que su hija tuviera al niño. La niña dio a luz, sin mayores problemas que los acarreados por una pelvis aún sin desarrollar del todo, a un guapo niño. La niña cogió a su hijo en brazos con arrobo, pero al rato se cansó de aquel nuevo muñeco, como se cansaba de todo, pues no era capaz de fijar la atención en nada. Al ver a su nieto los padres comprendieron al fin. El niño era moreno y de finas facciones, como su padre. Tenía forma de punta de flecha, o más bien de rabo de diablo.