tribuna

Santa cruz, la catedral vieja

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Hace unos días se incluyó a la iglesia de Santa Cruz en el Catálogo General del Patrimonio Andaluz como Bien de Interés Cultural. La medida supone culminar un largo proceso que proporcionará el adecuado respaldo legal a su conservación y puesta en valor. Será, en definitiva, un valioso apoyo para la continuación de las intervenciones que emprendió la Consejería de Cultura con motivo de la exposición Andalucía Barroca, La imagen reflejada y que deben encaminarse a recuperar en lo posible el carácter catedralicio que ostentó el edificio durante más de cinco siglos.

Cuando accedemos al interior de Santa Cruz y nos envuelve su sobrio espacio columnado de equilibradas y elegantes proporciones, configurado por Ginés Martínez de Aranda a comienzos del siglo XVII, percibimos de inmediato algo más, sentimos las vibraciones de la intensa y milenaria historia acumulada en su solar, un patrimonio inmaterial añadido que es privilegio de pocos lugares. No en vano, la catedral Vieja fue cimentada sobre las ruinas de la Gades romana, entre el teatro de Balbo y el templo de Esculapio; se construyó en el solar que ocupó la mezquita aljama del Cádiz islámico, resurgió de sus propias ruinas tras el asalto angloholandés de 1596 y fue enriqueciendo su ajuar litúrgico al compás del desarrollo del puerto gaditano.

El inicio de la construcción de una nueva catedral más amplia y ostentosa a comienzos de la tercera década del siglo XVIII, período de máxima expansión comercial de la ciudad, no le restó protagonismo, pues lo ambicioso del proyecto retrasó la inauguración del nuevo templo hasta 1838. Fue por tanto catedral durante la época dorada de la Edad Moderna y lo fue también, no lo olvidemos, en el Cádiz de las Cortes. Si no se la hubiera despojado de gran parte de su patrimonio con la pretensión de trasladarlo al nuevo edificio, nos ofrecería hoy un extraordinario conjunto repleto de excelentes pinturas, retablos y otras piezas de artes suntuarias.

Pero no precisamos más que aproximarnos a su cabecera y contemplar el retablo mayor o el cercano de los genoveses para constatar que aún es evidente su antiguo rango catedralicio. Ningún ejemplo mejor para comprender lo que fue la ciudad en el siglo XVII, pues la madera dorada de tradición local y el mármol genovés conviven con plena armonía en esas piezas señeras del patrimonio andaluz. Destaca en uno la temprana y puntual utilización de las columnas salomónicas diseñadas en 1639 por Alejandro Saavedra, en el otro la potencia de su arquitectura, la variedad de mármoles y la destreza de los Orsolino al tallarlo en Génova en 1671.

Existió un tercer retablo que completaba la cabecera, el de los Vizcaínos, desafortunadamente desmontado varias décadas atrás. Se conserva el altorrelieve que lo presidía, la Coronación de la Virgen, tallado por Gaetano Patalano en 1694. Ha sido reubicado con acierto en la recuperada capilla del sagrario, el popular «Torreón», esbelta obra iniciada por Felipe de Gálvez que remató Torcuato Cayón, desde cuya terraza se contempla el bello conjunto de bóvedas trasdosadas cubiertas de azulejos del templo y también, casi a sus pies, el mar. Comprendemos allí el título elegido por su fundador, Alfonso X el Sabio: la Santa Cruz sobre las Aguas.