La trinchera

Ser malo es lo normal

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El amor, la maldad, la idiotez y el hastío. Son los cuatro condicionantes esenciales del comportamiento humano, según Juan José Vélez, ínclito bebedor de cerveza y celebrado poeta sanluqueño. Échenle un guipe al telediario y no tardarán demasiado en clasificar todo lo que ocurre como el efecto, positivo o negativo, de alguna de esas grandes fuerzas motoras.

La más ambigua (y por lo tanto la más atractiva) es la maldad. Acaban de reeditar Embajador en el Infierno, de Luca de Tena, en el que el escritor identifica la maldad absoluta con el totalitarismo soviético y, en un ejercicio de dialéctica perversa, convierte en heróicos ángelitos a los chicos de la División Azul. Para Gonzálo Sánchez-Terán, en El silencio de Dios, los malos se definen por activa o por pasiva. Son malos los empresarios que promueven la sangría en África para seguir explotando sus recursos en medio del vacío, pero también todos los que les negamos auxilio por pura comodidad.

J. M. Aguilar acaba de publicar una novela negra de esas que te pellizca la conciencia y cuyo argumento también analiza los mecanismos últimos de la maldad. Se llama Lo que tarda en morir un idiota. Para el autor, el ejercicio de la maldad se ha convertido en una suerte de defensa cotidiana, capaz de convertir al bueno, por defecto, en víctima. «Aléjese de quienes estén vacíos –recomienda–, de aquellos que practican las emociones como una pose, que defienden una cosa y hacen otra, que siempre encuentran excusas para sus faltas, que se se aprovechan de la inocencia del vecino, que dicen a cada uno lo que quiere escuchar. Porque ellos son los adalides de la nueva maldad». Y añade: «El que esté libre de pecado...».