Defensa del horror
Actualizado:En los últimos días hemos asistido con profunda tristeza a los discursos y justificaciones que ha utilizado Obama para dar marcha atrás a su promesa electoral de cerrar Guantánamo, amenazada como se encuentra por una campaña violenta capitaneada por el ex vicepresidente Dick Cheney en contra de ese cierre y a favor de la tortura como método para conseguir información de los prisioneros.
Las torturas dieron comienzo en Afganistán (¿no en Vietnam?) perpetuándose y vigorizándose a medida que pasaban los años y que el ejército tenía en su poder a más y más prisioneros, la mayoría de los cuales ni siquiera habían sido acusados ni mucho menos procesados.
Por la seguridad se metía en la cárcel a cualquiera que tuviera la mala suerte de llevar barba, lo más común en aquellas latitudes, o de vociferar en contra del invasor, como nuestros héroes más amados, o se negara a colaborar con las fuerzas de ocupación. Porque sabido es que los que luchaban no tenían oportunidad de sobrevivir, morían sin más antes de entregarse. Y vista la vida en las cárceles, hacían bien.
La tortura, pues, ha sido el arma del ejército de los Estados Unidos, como ha podido comprobar el mundo entero a través de infinitas declaraciones de los propios torturadores.
Tampoco debe de ser cierto que las fotografías que Obama prometió publicar sean más de lo mismo. Hoy se sabe que esas fotografías muestran cómo se practicaron y filmaron violaciones, tal vez como colofón de otras torturas sexuales tan comunes en las cárceles de Irak.
Dick Cheney, muerto de miedo por su responsabilidad en este brutal delito, no ha cesado de referirse a los atentados del 11-M para justificar la tortura en los interrogatorios «por la seguridad del Estado».
Y se ha definido como firme defensor de este tipo de interrogatorios desautorizando a Obama y llamándole insensato por querer cerrar Guantánamo y prohibir la tortura.
Pero el más curioso de sus inmorales argumentos, es que no se puede ser clemente con ellos, porque de los 534 presos de Guantánamo que se liberaron, 74 «habrían vuelto a cometer actos terroristas».
Como si alguien pudiera creer que los habrían liberado de haberlos encontrado culpables. ¿Qué habría hecho yo, o usted, al salir de la cárcel tras años de torturas sin acusación ni juicio?
Deberían darse cuenta de que esta ignominia no sólo no ayuda a la seguridad de Estados Unidos sino que la socava y la destruye.