Ese cádiz
Actualizado:Pese a lo mucho que uno mismo lo critique en ocasiones, es justo reconocer que una de las muchas cosas positivas que el deporte (y sobre todo el deporte de masas) tiene es que vende como nadie felicidades e ilusiones. De esto los griegos sabían un rato, no sólo porque inventaran las Olimpiadas, sino también porque en los certámenes de tragedias (a las que al parecer se presentaban los autores de tronío preludiando lo que luego iba a ser el concurso del Falla) el espectador salía «purgado», es decir, limpio y feliz. La catarsis, que se llama.
No sé si el futuro de esta ciudad a la deriva puede ser más negro que su presente y su pasado («¿Qué crisis?» me comentaba alguien el otro día, «¡Si aquí llevamos así más de veinte años!»), pero alegra que la gente se alegre de algo trivial como un ascenso de categoría en un campeonato de fútbol.
La felicidad liberada tras unos meses de calvario y noventa minutos de tensión es algo envidiable, como la fe para el agnóstico. Yo, que no entiendo de fútbol, aunque soy del Cádiz, me pareció por momentos que en vez de ver una retransmisión de un partido en un estadio lejano estaba viendo una reposición de aquella peli de Pelé y Sylvester Stallone en el campo de concentración: sólo faltaba Wagner sonando de fondo cada vez que alguno de los defensas-gudaris le arreaba una patada a uno de los nuestros.
La fiesta posterior en la calle hace que en el fondo me sienta un poco guiri, un tanto asombrado de cómo un logro ajeno se convierte por arte de magia en un éxito común. Produce un algo de sana envidia, como cuando ves bailar con salero a alguien y sabes que para esas cosas tú tienes dos piernas izquierdas. También, claro, causa cierto desasosiego que la cosa se desmande por un trae pacá esa maceta de cruzcampo.
Dicho más claro, no comprendo cómo en la celebración del ascenso el fetichismo y el cachondeo hagan que los aficionados arrasen con el césped y se lo lleven a casa como si fuera un trozo del Partenón. Una buena pasta que le cuesta al club esa tontería, y encima aún queda un partido de reválida de curso. Cierto, la cosa no es tan grave como los detenidos de la kale borrika catalana de estos días que mezcla celebración con caos (¿es verdad, como me cuentan, que cuando gana el Barça sube el Cádiz?), pero el amor a lo nuestro tendría que empezar por respetar lo que tenemos.
De todo lo vivido en esta semana sorprende el cariño y la ilusión con que los profesionales de la información deportiva a nivel nacional han acogido este ascenso: saben que el equipo y la afición les da mucho juego. El Cádiz despierta simpatías y eso es un activo importante siempre y cuando no nos las queramos dar de simpáticos, que luego nos queda algo forzado y pelín ridículo. Ya quisieran tener esa acogida mediática otros equipos.
Una nueva temporada con el Cádiz en Segunda nos traerá más apariciones en las televisiones, mejores partidos, mejores ingresos para el club y para el sector servicios de la ciudad. Todo por el tesón de un puñado de jugadores. Ojalá que no sólo se beneficien unos cuantos. Y ojalá que todos aprendiéramos un poco de lo mucho que se puede conseguir con ilusión y esfuerzo.