LA ENTREVISTA «
Actualizado:Habló a los 7 meses, a los 2 años ya leía, a los 12 pronunció su primera conferencia, a los 21 se licenció en tres carreras (Filosofía, Químicas y Teología), se maneja en 13 idiomas, entre ellos copto y egipcio jeroglífico... Abrumador. Con 23 años, Carlos Blanco, aquel chaval redicho y sabelotodo que dejó boquiabiertos a los espectadores de Crónicas marcianas, ha publicado su tercer libro, Toda la cultura en 1.001 preguntas (Espasa), con el que promete convertir al lector «en un sabio de la noche a la mañana».
-Así que lo suyo tiene truco.
-No, no, lo importante es identificar los conceptos fundamentales de las diversas ramas del saber. Ése es el inicio de la sabiduría.
-¿Su libro es a la cultura como el fast food a la gastronomía?
-No. Evidentemente vivimos en una sociedad en la que todo es una mercancía, también el conocimiento. Es un diccionario de conceptos.
-¿Me servirá, por lo menos, para arrasar al Trivial?
-No lo hice pensando en eso; honestamente, habré jugado una o dos veces.
-¿Cuándo supo que era diferente?
-Desde que era muy, muy pequeño. Con 5 años leía las cotizaciones de las divisas en el periódico.
-Increíble.
-Les preguntaba a mis padres de dónde venimos, por qué estamos aquí... Tenía un vocabulario que sorprendía. A los 8 años me propuse no decir ninguna palabrota.
-¿Y lo ha cumplido?
-A rajatabla.
-No tuvo que ser fácil. Su infancia, digo.
-No. Yo tenía un interés intelectual evidente, pero luego cuando algún adulto me veía hablar se reía. '¡Este niño debería estar jugando!', decían.
-Y usted, a lo suyo.
-A mí no me gustaban los juegos que implicasen un comportamiento mínimamente violento, era muy sensible. Algunos me consideraban pedante, prepotente... no, no fue fácil. No quería comprensión, sólo respeto.
-Su padre, administrativo, y su madre, ama de casa, ¿cómo han llevado su peculiar niñez?
-Mis padres no fueron a la universidad, pero me transmitieron la idea de la importancia de la honestidad y el trabajo. Mi padre me buscaba material de las cuestiones que me interesaban. Con 5 años me enseñó a mecanografiar.
-¿Echa de menos algo en su vida?
-Sí. Poder desconectar de las preocupaciones que me asaltan, de interrogantes intelectuales...
-¡Relájese, hombre!
-No puedo dejar de preguntarme cómo en un mundo tan avanzado millones de personas se mueren de hambre.
-Aun así, ¿se considera feliz?
-La verdad, inmensamente feliz.