Camino de esperanza y de sueños robados
Cada año el peregrinar de los romeros hacia el Rocío se convierte en una experiencia diferente Son días de fiesta y alegría que terminan, irremediablemente, con una visita a la Blanca Paloma
| ENVIADO ESPECIAL Actualizado: GuardarLes confieso que me encanta hacer el camino. No entendería ir al Rocío sin pasar antes por las arenas, lleno de polvo hasta las orejas y cansado por el esfuerzo. Es posible que estas vivencias tengan mucho que ver con la gente con la que hago el camino, claro está. Hace años, estando yo en la casa, vi llegar a unos romeros cansados, con el pelo blanco como la cal, pero con una sonrisa en la cara que no se les quitaba bajo ningún concepto.
Era otro tiempo, y fui directamente a mi casa del Rocío sin hacer el camino. Creí que disfrutaría más allí, con la Virgen, la ducha caliente y la comida reparadora que adentrándome en el Coto. Pero cuando les vi llegar comprendí que tras el vino y el polvo del camino hay mucho más. Recuerdo como si fuera ayer el momento. Los hombres de la casa estábamos esperando ansiosos la llegada de nuestros amigos para ayudarles a descargar las vacas de los coches, mientras mitigábamos su cansancio con un caldo recién hecho especialmente para nuestros romeros. Allí llegaron cantando buenos amigos como Jesús Lineros, Ángel Rodríguez Aguilocho o Chico Jorge, que lo primero que hicieron al llegar fue darme un abrazo mientras me decían que el año que viene tenía que ir con ellos.
Y el año que viene llegó, y con él otro Rocío, pero los mismos amigos. Las salves a la Virgen, los rosarios nocturnos, las eternas sevillanas a la luz del Simpecado. Fui haciendo buenos amigos, amigos con los que ahora sería imposible hablar de otra cosa que no fuera el Rocío. Compartí mesa y mantel con Luis Arriaza, Andrés Cañadas o con el Litri de la Soledad, y mi coche se quedaba pequeño gracias a los kilos que atesoramos Dioni, Antonio Montero y un servidor.
Cada año es distinto, cada año es especial, cada año es único, pero todos con el mismo objetivo; llegar hasta la Ermita para ver a la que es Reina de los sueños de muchos romeros. Por eso te animo a que hagas el camino, a que te adentres en el Coto de Doñana respetando el medio ambiente, fundiéndote con él, saboreando cada segundo como si fuera el último. Te animo a que cambies de coche, a que hables con los peregrinos que lo hacen andando, a que acaricies el lomo de un buen caballo.
Y si te animas, y tienes ocasión, acércate a mi grupo, que les aseguro que no les faltará de nada. No porque llevemos mucho, sino porque lo que llevamos es de todos, aunque eso no es raro para nada. Coincidir con la Peña Malandar, con el bueno de Joaquín Vallejo, que es quien surte la mayor parte de las casas que ahora mismo estamos aquí, en la aldea, o con los compañeros de la prensa, siempre atentos a cualquier incidencia o anécdota con la que poder rellenar estas páginas que hoy ustedes leen, es siempre un privilegio. Acércate sin miedo, te decía, porque el camino no sabe de diferencias, de envidias o rencores. Son tres días donde todos nos igualamos, donde nadie es más que nadie ni menos que otro.
Son días de fiesta y alegría, que terminan, irremediablemente, con una visita a la Ermita donde descansa la Blanca Paloma. Son días que para mí han terminado llorando a lágrima viva en el coche de Chico Jorge, intentando de alguna manera llenar el hueco que dejó este año su hermano al no poder hacer el camino. Sevillanas a golpe de nudillo en la guantera del coche, mientras a nuestra derecha las marismas reflejaban el perfil inconfundible de la Ermita del Rocío. Sevillanas de puro nervio, de puro corazón, cuando todos los coches que íbamos haciendo el camino aprovechábamos el más mínimo parón para entonar unas letras que alargaran algo más nuestra estancia en el Coto...
¿Tú tienes bulla? ¿Tú tienes prisa? Cómo va a ser eso, si yo me haría un apartamento en Doñana, hijo... Brinda conmigo entonces, que esta noche sale la Blanca Paloma. Y eso puede llegar a convertirse en lo más importante del mundo...