Economistas sibilinos
Actualizado: GuardarPara conocer el porvenir, los antiguos griegos confiaban en las sibilas. Estos oráculos, contradictorios y terribles, eran famosos por la doblez de sus predicciones que, a la postre, confundían más que ayudaban. «Si Creso cruza el Halys, caerá un imperio», dijo el oráculo de Delfos al Rey. El incauto de Creso cruzó y cayó un imperio, el suyo. ¿Morirá mi hijo en la guerra? Irá sí, morirá no, vivirá. Lo que también se puede entender como «irá, sí morirá, no vivirá». Vamos, que oráculos y sibilas tenían mucha guasa.
Hoy, para conocer el porvenir, los modernos españoles confiamos en los economistas. Estos nuevos oráculos han mejorado mucho sus condiciones de trabajo en los últimos años. Ya no tienen que predecir el futuro escuchando el tintineo de molestas campanas ni destripando apestosos pescados. Ahora, el único tintineo que tienen que escuchar es el de los móviles, preferentemente IPhone, y los únicos pescados que huelen son a la sal. Como Dios manda.
Pero, a pesar de las mejoras laborales, lo que no les ha cambiado es la forma de ser. Esa «guasa» heredada directamente de la tradición griega. Y es que, el economista actual es el único animal que conozco capaz de, en menos de veinticuatro horas, decir lo mismo y lo contrario, de equivocarse cuando acierta y acertar cuando se equivoca, de sorber y soplar al mismo tiempo. Todas sus opiniones tienen cara y cruz. Todo lo equilibran entre los brazos de una imaginaria balanza. ¡Traedme un economista manco! gritaba algún presidente americano harto de dobleces durante la gran depresión. Toda esta reflexión se hace especialmente interesante en este momento, a la luz de los últimos datos publicados: por una parte de la encuesta de población activa y del avance de la contabilidad nacional y, por otra, de las opiniones que sobre ellos han vertido los economistas estos últimos días. Los datos no pueden ser peores. Las predicciones, sibilinas: los malos resultados son buenos.
Datos para elegir
Empecemos por el principio y a ver si somos capaces todos juntos de llegar a las mismas conclusiones. En lo que se refiere a los datos, éstos no pueden ser más malos. De hecho, tenemos para elegir entre datos malos, muy malos y terroríficos. Los datos malos, los del paro. Que ya ha devorado a más de 4 millones de almas y se está cebando ahora con los más jóvenes. Nunca en la historia de este país, ni de ningún otro cristianizado, hubo tanta gente joven sin trabajo, sin futuro. Creamos el 65% de los parados de Europa, 7.000 al día. Y eso en España. Si nos venimos a Cádiz los datos del paro son como los datos de los accidentes de tráfico en Kenia, ni se cuentan.
Los datos peores, los del desplome del PIB. Que ha sido mucho mayor de lo esperado. Una caída del 3% en términos interanuales. Provocado a su vez por una fuerte contracción de la demanda nacional.
Y lo catastrófico, todo lo demás. Desde que las aseguradoras de crédito se están retirando de España, hasta el hecho -con consecuencias imprevisibles para el turismo- de que en lo que va de año se hayan ya retirado de España 100 aeronaves comerciales. Sin olvidarnos de los bancos, que siguen con las suyas. Están dando préstamos a empresas al 7% y 10% -lo que no es delito, pero es pecado, porque la usura es pecado, con lo cual probablemente, alguno termine ardiendo en el infierno-. Vamos que tenemos una situación, en definitiva, para llorar hasta la deshidratación.
Lo que no se entiende muy bien, si no se conoce la tradición de los oráculos griegos es cómo, partiendo de estas circunstancias tan terribles, alguien pueda llegar a creer que esto va a tener consecuencias positivas. Sin embargo, haciendo honor a su herencia, el «consenso de los economistas» sostiene, en contra de la razón, que de los datos anteriores sí se puede inferir una consecuencia positiva muy trascendente: que la caída que hemos sufrido durante este último mes ha sido tan dura que ya está claro que por fin hemos alcanzado el fondo del ciclo.
Todavía no
¿Significa eso que ya estamos saliendo de la crisis? Todavía no. Lo que significa es que, a partir de ahora, las caídas serán cada vez menores. No estamos curados. Seguiremos enfermando, pero más lentamente. Pero ya, por fin, y esto es lo importante, se puede responder a la gran pregunta: ¿cuándo saldremos de la crisis?
Nuevamente es el consenso de economistas (parece que para esto, consenso y economista no son términos contradictorios) el que sitúa esa salida de la crisis, entendida como crecimiento positivo del PIB, en algún momento de la segunda parte de 2010. Y da varias razones para ello: 1. La política financiera impuesta por las naciones está funcionando. Ya hay más liquidez en los mercados. 2. Las bajadas del precio del dinero han conseguido que paguemos mucho menos de hipoteca. 3. Los precios del petróleo siguen manteniéndose bajos. Y 4. Por fin hay cada vez más indicios de que el comercio mundial se está recuperando. Los primeros, los países asiáticos. Corea y Singapur han moderado las caídas de sus exportaciones, y eso pinta muy bien.
Incluso hay algunos economistas aún más optimistas, que son de la opinión de que hemos sufrido una caída excesiva (en matriculas de coches, más del 50%) y que la recuperación será más rápida y el rebote, mayor de lo esperado. Con suerte, después del verano ya notaremos mejoría.
Y ahora le toca a usted elegir. ¿Optimismo o pesimismo? Hombre, yo creo que es mejor ser optimistas ante la crisis y no críticos con los optimistas. No sólo porque, en este caso, parece que hay bastantes indicios para ser positivos, sino también porque, como decía Churchil, hay que ser optimista por naturaleza, porque ser pesimista no sirve para nada. No se consigue nada. Y es verdad. El futuro es de los optimistas. Los pesimistas prefieren el pasado. Aunque yo, antes de empezar con el optimismo, mediría la cuerda que tengo para salir del pozo en el que nos hemos metido.