¿Y si el político fuera un torero?
Actualizado: GuardarE n compañía del periodista Rafael Martínez Simancas fui a la corrida del abono isidril en Las Ventas. Cuando mi amigo me llamó miré el cartel y enseguida pensé: No conozco a ningún torero. Tengo con los toros una relación intermitente, entiendo algo -eso creo- y pienso que la lidia tiene algo cruel y bárbaro que incluso a los aficionados se nos hace insoportable. Pero me gusta, no lo puedo evitar. Trabajando en la radio en hora taurina sólo puedo verlos en la televisión entre teletipo y noticia. O sea, no me entero. Pero el miércoles fui a la plaza. Tres toreros sin placear, tres. Paulita, Serranito e Israel Lancho se las iban a ver con seis astados de Palha. Toros que nadie quiere por íntegros y auténticos. Las figuras no saben nada de estos bureles que asustan sólo con su presencia.
La tarde transcurría según lo previsto: los toros, por encima de los toreros. En el tercero de la tarde, Israel Lancho brindó su toro muy cerca de nosotros a alguien que -pude escuchar- le había quitado el hambre y la necesidad. Toreó mal. Y su faena acabó en silencio mientras el respetable aplaudía al animal. Después, su segundo, un morlaco de 609 kilos le metió el pitón derecho en el hemitórax izquierdo con una trayectoria ascendente de 20 centímetros. Lo demás es pura retórica galena que una madre de torero nunca querría leer.
Lancho toreó un bicho que deberían haber lidiado las llamadas figuras que sólo arriman sus cuerpos estilizados a toros comerciales e infames. Cuando vi la cogida espeluznante reparé en la lección que nos dio este muchacho.
No sé si Lancho será torero después de lo que está viviendo. Sé que dio una lección de verdad. Le faltaba técnica, pero tenía ganas. Esta huérfano de conocimientos, pero quería comerse el mundo. Y puso en el albero lo que más vale, su vida.
Por un momento pensé en estos días de campaña electoral. Pensé en debates, falsos, mentirosos, tramposos. Pensé en unas elecciones que no interesan a nadie. En unos mítines infames y desprovistos de verdad. En unos diestros políticos que mitinean con chistes fáciles y críticas al enemigo que provocan aplausos y risas. Y pensé: qué lección ha dado el diestro Lancho a todos estos si quisieran aprenderla. Se llama verdad. Se hace cuando se baja la muleta y se carga la suerte. Y, sobre todo, cuando se tiene en consideración al respetable al que de vez en cuando llaman a votar. Pero eso, amigos míos, sólo pasa algunas veces. Y en los toros.