ANÁLISIS

Cuando el juez es la estrella

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E s una investigación penal dirigida por un juez central de Instrucción el instrumento adecuado para resolver lo que no han resuelto los miles de libros, artículos y películas sobre la Guerra Civil o las decenas de normas jurídicas, comprendidas la de Amnistía de 1977 y la reciente ley de memoria histórica, promulgadas para reparar en lo posible sus consecuencias? Seguramente no. ¿Es haberlo intentado con el auto de 16 de octubre y los que siguieron un delito de prevaricación? Magistrados tiene el Supremo para decidirlo. Pero las claves de un proceso que el propio juez acabó entendiendo que no cabía en sus competencias se encuentran posiblemente más en la organización jurisdiccional, la psicología y la cultura política que en el Derecho penal.

Hace mucho que sabemos que los jueces no son la boca pasiva de la ley, ni sacerdotes neutrales del Derecho. Aprecian las pruebas y el contexto en que aplican la ley con el bagaje de su visión del mundo, su experiencia de la vida y su formación no sólo jurídica. La ley no puede impedir que cada juez tenga ideología y preferencias, pero intenta delimitar cuidadosamente qué puede investigar o decidir cada uno en cada ámbito material, temporal y geográfico, para que cada caso lo resuelva un juez imparcial a quien la ley da el poder jurisdiccional para esa concreta causa.

Sería difícil evitar riesgos y dificultades de casos con terroristas, camorristas o elementos internacionales sin una estructura como la de la Audiencia Nacional y sus juzgados centrales. Pero ni tanto ni tan calvo, piensan los críticos de algunos de sus jueces, los cuales parecen impulsados por un espíritu olímpico que les lleva a buscar causas cada vez más difíciles, lejanas y ambiciosas, aparecen constantemente en los medios y cuyas decisiones tienen gran repercusión política.

Juzgar al juez Garzón es particularmente difícil, porque ha dirigido investigaciones esenciales en el límite entre el Derecho penal y la política: sobre el uso de medios ilegales contra el terrorismo, sobre el abuso de los medios legales por los terroristas, sobre tiranos extranjeros terriblemente parecidos a los de nuestro siglo XX. Quizá sea que cuando el juez se convierte en la estrella, cada proceso puede acabar convertido en un caso notorio, difícil o polémico, y eso no es bueno para la jurisdicción, que esperamos pese a todo discreta y serena. O quizá que los dioses, hoy, cuando quieren perder a alguien no lo elevan: lo convierten en una estrella de los medios.