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MAR DE LEVA

Ordenadores en las aulas

RAFAEL MARÍN
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Aunque no nos lo hayamos creído del todo, y luego llegue la santa oposición con las rebajas, la idea de dotar a cada alumno de nuestras enseñanzas de un ordenador personal para uso y disfrute es, como poco, novedosa y revolucionaria. Otra cosa es que la educación lo que necesite ahora mismo sea eso.

Lo mismo que todos entendemos de fútbol y fórmula uno, de toros y de economía, también entendemos de enseñanza. Hay más maestrillos fuera de las aulas que dentro de ellas. Y el problema es que quienes deciden cómo tenemos que dar las clases son precisamente quienes no las imparten. Llevamos treinta años desdiciéndonos en el tema, esquivando un consenso necesario entre todos los partidos y profesionales de la cosa, dejando equívocamente en manos de las autonomías los contenidos básicos de asignaturas clave y, de un tiempo a esta parte, convirtiendo a los profesores primero en burócratas que tienen que dedicar más tiempo a rellenar papeles que a impartir conocimientos, y ahora poco menos que en animadores socioculturales. Todo de buen rollo, y muy moderno.

La enseñanza, sí, necesita ponerse al día. Es una exigencia de la sociedad y del futuro. Y tiene que hacerlo intentando nuevas propuestas, pero acumulando experiencias de batalla: las que sirven, las que se hacen a pie de aula. El ordenador tendrá que sustituir al libro tarde o temprano, pero no por caprichos modernistas, sino porque sea una herramienta de trabajo necesaria que evite la carga onerosa que dobla tantas espaldas a nuestros alumnos, mata tantos árboles y cuesta tanto dinero a las familias.

Pero un ordenador no es un cheque-libro. Es una máquina que hay que aprender a manejar. Una máquina delicada que se estropea, da dolores de cabeza, te quema la vista, y a poco que te descuides (me pasó a mí, en clase, con el mío, al segundo día de llevar mi flamante miniportátil) se te llena de virus contagiosos que te lo ponen todo patas arriba.

Queda muy molón prometerle a los niños ordenadores cuando todavía no se tiene, como se dijo, un ordenador por aula. Pero hay que enseñar también a cuidar ese ordenador, a manejarlo para lo útil, a que no podrá reemplazar el cálculo mental directo, la gramática y la ortografía propias, el contacto con el compañero y la capacidad de aprender a base de tesón y esfuerzo, que es precisamente lo que se olvida siempre en este tema.

Para ocultar fallos en el sistema, hemos vuelto invisible a ese sistema. Nos burlábamos de que los americanos no sabían dónde está Europa y ahora son nuestros alumnos quienes no saben dónde está Palencia. La aventura de estudiar es difícil y para aprender a aprender nuestra sociedad en general no tendría que ir tan a contracorriente de lo que pretendemos enseñar en nuestras aulas. Para iniciar de verdad una reforma educativa y cultural que nos lleve de una vez al siglo veintiuno y más allá hay que desterrar de una vez esa maldita filosofía que nos tiene cogidos por el cuello y nos vende, desde el Parlamento a las televisiones, desde la calle a la casa, que para ganarse la vida hay que echarle cara al asunto y no dar un palo al agua.

El mejor ordenador personal que tienen que atender y mimar nuestros alumnos está dentro de sus cabezas.