El autor Antonio Navarro realizó esta escultura de cuatro metros de longitud en bronce que pesa 800 kilos. /CRISTÓBAL
Jerez

La belleza de un símbolo de Jerez

La plaza fue inaugurada por Francisco Franco en el año 1970 como homenaje al caballo español con la idea de crear un monumento que representara a uno de los iconos de la ciudad

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En la recta final de los años sesenta Jerez sufrió una importante remodelación desde el punto de vista urbanístico. Los coches ya no eran una rareza sólo permitida a unos cuantos adinerados. Fue la consagración de la clase media, del seiscientos y de los cuatro durillos para tomarse, incluso, unas vacaciones en la costa. Dentro de este buen momento económico que el país tenía, Jerez fue ciudad que tuvo que transformarse. Crecer por algunas zonas y dar el paso a ser una ciudad importante de la provincia.

Bajo el mandato del alcalde Miguel Primo de Rivera y Urquijo, se acometieron una serie de mejoras en la zona norte de la ciudad. Esta intervención tuvo como marco principal la denominada avenida de Álvaro Domecq, con el ensanche del antiguo paseo de Capuchinos.

Así fue como nació la idea de crear una zona de recreo y esparcimiento. Un gran plaza que tuviera en los medios un símbolo de la ciudad. El Ayuntamiento aprobó la idea de crear un monumento que fuese homenaje al caballo cartujano, jerezano o español. Creado en la cuadras cartujanas del Monasterio de la Defensión e icono de la ciudad de Jerez.

El encargo le correspondió al escultor alicantino Antonio Navarro Santafé. Artista, éste, polifacético que supo manejar los misterios escultóricos para modelar una Dolorosa o crear monumentos tan cercanos y afamados como el Oso y el Madroño en la Puerta del Sol de Madrid o el toro bravo que preside la puerta grande de la Real Plaza de El Puerto de Santa María. Pero sin duda, la obra más portentosa y ambiciosa de este escultor fueron este caballo con su yegua cabalgando por la vida de Jerez. Pues son nada menos que 800 kilos de bronce y más de cuatro metros de longitud por ambos lados.

En el montículo que sostiene a estos dos bellos animales, fundidos en bronce, es curioso observar 49 hierros de distintos criadores equinos que están representados. Y justo en la peña que está sobre el manantial de agua que fluye de los pies de los caballos, se observa el antiguo hierro cartujano. Y una inscripción donde se puede leer «La Historia de España parece haberse escrito sobre la grupa de sus caballos».

En el 70

El monumento, fue inaugurado el 30 de octubre de 1970 por el entonces Jefe del Estado Francisco Franco. Y todavía se recuerda el revuelo que significó la presencia de las más altas instancias del Estado por aquel entonces.

Ahora, mientras recordamos la historia de la plaza, sentimos el frescor de los chorros de agua que salen alrededor del monumento. Los ocho álamos aportan también, con sus grandes hojas, ese tono a sombra fresca que tanto agrada cuando el calor aprieta. El cielo está más azul que nunca y la vida prosigue atravesando la plaza del Caballo, mientras la pareja de equinos siguen a lo suyo. Pocas veces una conquista amorosa ha durado tanto y ha sido tan bella a un mismo tiempo.

Nos dejamos llevar por la vida de la plaza y acabamos en una cercana pescadería, en la zona destinada a los establecimientos de alimentación. Allí nos encontramos a la familia Chulián. «Somos de Sanlúcar. Desde allí traemos a diario lo mejor a la pescadería», comenta Virgina Chulián, tercera generación ya de la familia sirviendo el mejor pescado de la bahía. Los langostinos, las gambas, unas acedías estupendas, el lenguado y la corvina. «Y el salmonete que hoy lo tengo de lujo. Y también un poco de almejas y la merluza de Cádiz», dice mientras presenta Virginia el género.

Más abajo está la agencia de viajes de CajaSol. No es mala idea ver qué tal va el tema del turismo. Nos atiende Vicente Lozano que dirige la oficina. Lo primero que se nos ocurre preguntar es por un viaje a México. Algo así como que la punta del bolígrafo ha caído en el país Azteca cuando lo arrojamos al Mapamundi. «Pues barato. Y vacío también el vuelo que puedes coger. Ahora mismo son todo devoluciones. Ha sido demasiada la alarma que se ha despertado con esto de la gripe porcina», comenta Vicente. Nos dice que la agencia subsiste gracias a la concertación de congresos para profesionales. Ya saben, esos médicos que viajan a un lugar con el supuesto achaque de que van a dar con la piedra filosofal cuando es tan sólo un escarceo junto a una cana al aire. Vicente sonríe y no opina. «Yo sólo organizo. Lo que haga el personal no me compete», sentencia. Buen profesional. Las compañeras sonríen creyendo que no van a salir en la fotografía. Pero nuestros fotógrafos son capaces de convencer a una foca de que en Copacabana no se está tan mal. Y vaya que si salieron en la foto. Ahí las tienen.

Vicente nos habla de lo complicado del negocio en estos tiempos. Y además, arguye que «no te creas que esta es una zona donde la gente viaja tanto. Engaña más de lo que parece». Un guiño cómplice y un hasta luego a los profesionales del viaje bajo la marca CajaSol.

¡Taxi, taxi!

Y el taxi, que también existe. Y en la plaza del Caballo está una de las más importantes paradas. «No me preguntes nada que estoy muy ocupado. Para un día que hay clientes. no me puede entretener», comenta uno de ellos. La Feria no está mal para esto del taxi. Siempre hay alguien con los vapores del alcohol subidos y no merece la pena jugársela.

El caso es que el vecindario se queja por los monopatines que dicen algunos vecinos «lo tiene todo destrozado. Y es que hay ahora unos niños -que no son tan niños- que están aquí todas las tardes y no veas como ponen todo esto», comenta un señor.

En el bar El Caballo saben bien de esto del patinaje verpertino. Juan Gago, que lleva más de veinte años llevando la cafetería, nos dice que «esto ha cambiado mucho. Ahora, ya te digo, los jóvenes se hacen prácticamente los dueños de la plaza. Esto es una vergüenza. Y a ver quién les dice algo...»

Entre quejas va llegando la tarde y con ella el crepúsculo que se funde entre las dos cabezas de los dos caballos enamorados. El relincho fogoso del caballo se acelera conforme va llegando la noche y la yegua sigue contoneándose. Guapa ella y sabedora de su pura estirpe cartujana. Seguirán por muchos años más porque esta conquista no termina de llegar. Ahí los tienen, recibiendo a miles de visitantes que entran a la ciudad por la avenida. La plaza de la belleza de dos caballos convertidos en símbolo.