EN CASA. Carmen Monzón es licenciada en Farmacia.. / C. C.
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«Nunca me puse en el recreo a dar balonazos»

Carmen Monzón fue la primera alumna que pasó por el Liceo cuando hace 20 años empezó a impartir el modelo mixto

| SAN FERNANDO Actualizado: Guardar
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Hay ocasiones en las que la vida coloca a las personas en una situación especial, aunque no se den cuenta de ello. Es lo que le ocurre a Carmen Monzón, una licenciada en Farmacia que fue, con 10 años, la primera niña que entró en el colegio Liceo de San Fernando, que hace ya más de 20 años dejó de impartir el modelo diferenciado para adaptarse al mixto.

Era una pionera, que abrió una brecha en la historia de este centro isleño, aunque para ella «todo resultaba bastante normal porque mi entorno se lo tomó con naturalidad». Su hermana y ella fueron las primeras niñas que entraban en el Liceo. No tenían amigas, porque estaban rodeadas de niños, y sin embargo afirma que tiene «muy gratos recuerdos y desde luego no fue ningún trauma para mí», asegura Carmen.

Ella entró en quinto de la EGB y tiene vagos recuerdos de cómo fue su primer día en el centro. «Ha pasado bastante tiempo. Sí recuerdo que al principio estaba más cortada, pero a esas edades te adaptas a todo y yo me acostumbré bastante deprisa».

Al pensarlo ahora le cuesta creer que sus padres se atrevieran a tomar una decisión tan arriesgada, aunque «estaban bastante confiados de que era lo mejor para mi educación y por ello tomaron esa decisión. Recuerdo que echaba de menos tener más amigas, pero año tras año fueron entrando más niñas y estaba en una edad en la que no se diferencian tanto las relaciones. Para mí fue una etapa muy bonita, y aunque siempre dicen que a los que abren camino les ponen las cosas más difíciles, ese no fue mi caso».

Situaciones cotidianas se hacían en ocasiones un poco extravagantes ya que «en el recreo no me iba a poner a dar balonazos, ni tenía a quien enseñarle mis muñecas de Reyes, pero hice muy buenos compañeros». Una vez que entraron más niñas las colocaron a todas juntas en un mismo aula. «Éramos unas cuatro o cinco y estábamos en la misma clase, mientras que el resto de nuestro curso eran chicos, como las otras dos clases que tenía el centro.

«Creo que la institución acertó en la forma de integrar a las niñas, ya que no sería tan fácil tras estar acostumbrados a tratar sólo con niños», asegura Carmen, que considera que «lo mejor para la integración es tratar las cosas con naturalidad, porque así se refleja luego en el comportamiento de los niños».