ANÁLISIS

Una gran tarde de toros

| SANLÚCAR Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

L os aficionados que acudieron ayer a la centenaria Plaza de El Pino pudieron disfrutar de algo muy difícil de saborear por estas calendas: una gran tarde de toros. Para que acontecimiento tan inaudito se produzca deben de concurrir dos factores imprescindibles, la absoluta disposición de la terna actuante y una óptima condición del ganado. Y los hados concurrieron de forma tan favorable, que tanto los tres matadores como la mayoría de los toros que Santiago Domecq embarcó en las dehesas algareñas pusieron todo de su parte para que la tarde se encauzara por la ansiada senda del triunfo. El momento de mayor eclosión de emotividad se produjo durante la lidia del cuarto toro, negro bragado, de nombre «Aviador» y herrado con el número 22. Fue un astado bravo, noble y repetidor, que no dejó de embestir desde que saliera por chiqueros hasta que fuera indultado y devuelto a los campos que lo vieron nacer. Animal que derrochó un ejemplar comportamiento durante todos los tercios de la lidia en los que pudo demostrar su condición. Que lo fueron todos menos el que con más rigor mide la verdadera bravura de una res, el tercio de varas. Aunque la pica se señaló en todo lo alto, en cuanto el toro topó con el caballo el tercio fue cambiado por el usía de manera precipitada. Se hurtaba así la posibilidad de apreciar la pelea del animal bajo el peto. Salvado este extremo, habitual por degracioa en casi todas las corridas, el de Santiago Domecq regaló embestidas humilladas y largas que fueron aprovechadas a la perfección por un animoso Fandi, que ofreció todo un recital del más variado de sus repertorios. Largas cambiadas, armoniosas verónicas, quite luminoso por chicuelinas y tafalleras constituyeron su garbosa labor capotera. El punto álgido de su actuación vendría, como de costumbre, durante su redonda actuación banderillera, al prender pares de mucho mérito tanto al violín como de poder a poder. Los tendidos se convirtieron en un clamor cuando fue capaz de parar en prolongada carrera hacia atrás, la viva embestida de un enemigo que aún presentaba muchos pies. El adorno final sobre la testuz del toro, ya sujeto y doblegado, ocasionaron toda una explosión de júbilo y asombro en la atónita concurrencia. Inició la faena de hinojos, para continuar con tandas ligadas de derechazos y naturales en las que los muletazos se sucedían cuajados y profundos, rematados con largos pases de pecho o con bellos adornos afarolados o del desprecio. Las series se multiplicaban y el animal no paraba de embestir con la misma nobleza y el mismo celo a las demostradas en los primeros compases del trasteo.

El Fandi, ebrio de toreo, firmó una maciza actuación que culminó comocon valeroso desplante de rodillas. Ya le había sonreído el éxito con el ejemplar que abrió plaza que, aunque falto de casta y de poder, permitió al granadino dibujar varias tandas meritorias en redondo. También cuajó una notable actuación José María Manzanares, a pesar de que su labor con el segundo se viera interrumpida por las intermitentes claudicaciones de éste. Toro noble y repetidor, pero al que sus pocas fuerzas impidieron seguir el engaño con la profundidad y largura deseadas.

Sí poseyeron mayor enjundia y armonía las tres tandas de redondos ligados que Manzanares cinceló al quinto de la suelta, antes de que éste se rajara y acabara junto a tablas. Cayetano, que inició el trasteo sentado en el estribo, acertó con las distancias justas en el cite al natural y dibujó muletazos de subrayadas prestancia y aplomo Una perfecta ejecución de la inusual suerte de recibir le valieron las dos orejas. Éxito que no pudo repetir con el que cerraba plaza, animal que pronto perdió su brío inicial y restó de toda intensidad y transmisión a la esforzada labor del torero. Tarde de tizonas afiladas- de seis toros, cino estocadas y un solo pinchazo-, de momentos de buen toreo y de toros con embestidas entregadas y alegres. Ocurrió lo que sucede en pocas ocasiones. Se vivió una gran tarde de toros.